Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Los bancos centrales y el cambio climático

16/01/2020

El edificio del Banco de España en Madrid es verdaderamente imponente. Una de las construcciones más emblemáticas de la arquitectura española de finales del siglo XIX.  No fue esta la primera sede del banco central, ya que su entidad predecesora, el Banco de San Carlos fundado por Carlos III con capital privado- entre sus accionistas Francisco de Goya y Lucientes-,  inició su actividad en la ahora recoleta calle de la Luna. Tenía entonces por misión hacer circular la deuda pública en forma de vales reales para apoyar al Estado, pues convirtiéndolos en efectivo se podía atender a las necesidades del ejército y a las deudas que contraía la Corona en el extranjero, a la vez que se facilitaba financiación a la industria y al comercio. Precisamente es el dios del comercio de la mitología romana, Mercurio, el motivo escultórico que se repite con mucha frecuencia en el edificio.
Esta función histórica de custodiar las reservas del Estado, gestionar  crédito al sector público y las emisiones de deuda, con el tiempo en la mayoría de los países del mundo, se ha limitado para garantizar a los bancos centrales la independencia de los gobiernos necesaria para procurar la bonanza económica al país. En España se alcanzó en 1994 con la Ley de Autonomía como Banco Central Español y posteriormente se integró en el Sistema Europeo de Bancos Centrales (SEBC) para la creación de la moneda única europea, el euro –antes había emitido en reales, escudos y pesetas.
Como miembro del SEBC diseña y ejecuta la política monetaria de la eurozona para mantener la estabilidad de los precios y de los tipos de cambio. Promueve el buen funcionamiento de los sistemas de pagos de la zona euro y emite billetes de curso legal, a la vez que favorece la buena marcha del sistema financiero nacional. Funciones que si no históricas ya son tradicionales y en la actualidad, desde el debate académico y económico, se plantea su papel en relación con problemas que la sociedad  debe tratar de resolver como el cambio climático y las acciones  necesarias para mitigar sus efectos.
A este respecto, leía un artículo de Willem H. Buiter, profesor de la Universidad de Columbia, que disertaba sobre los riesgos financieros que supone avanzar hacia una ‘economía baja en carbono’. Un tipo de riesgo está asociado a aquellos activos que, tras un cambio exitoso, perderían su valor como, por ejemplo, las reservas de combustibles fósiles. Otro tipo de riesgo, si no conseguimos el cambio a tiempo, por la pérdida real de infraestructuras públicas, propiedades privadas y recursos naturales como el agua y la tierra. Y otro mayor por perjudicar a la salud de las personas con efecto no solo en los afectados, sino también en el sistema sanitario y  las aseguradoras.
En particular desde la Cumbre de París, los supervisores financieros son conscientes del efecto del cambio climático en la estabilidad financiera y en la merma de la capacidad de las autoridades monetarias para alcanzar los objetivos macroeconómicos. Por ello, el Banco Central Europeo empieza a contemplar que la mitigación climática sea un objetivo más de su política monetaria.