Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Ritual

24/11/2020

Para hacer un chozo hay que coger cañas de la ribera del arroyo de los Frailes, a poca distancia de la gasolinera. Las cañas han de ser altas para que se vea desde bien lejos y las llamas trepen rectas hacia la punta hasta tostar las estrellas. Las cañas se atan cerca del final con una pita y así se pueden separar por abajo hasta dibujar el esqueleto de un tipi indio. Esto ya hay que hacerlo a la puerta de la casa, lo más lejos posible de los cables de la luz, sobre un redondel de arena para no cocer el cemento de la calle. Luego hay que rellenar el encañado. Hay que volver a tirar de hocino y estraleja y salir al campo cercano, el domado por los hortelanos, a rapar las tobas de los ribazos y cortar carrascas. Es el momento de adecentar lo indecente, de arrancar los árboles secos y extirparnos aquella silla del abuelo que perdió el culo de enea, las cajas de cartón de plátano de Canarias, los libros de matemáticas de quinto, la colección de revistas de papel cuché de la peluquería que hacen arcoíris al arder. No hay que olvidar un par de troncas de encina; si no se tienen hay que comprarlas, porque de ahí saldrán las brasas para asar las morcillas envueltas en papel de plata y las bellotas que se dejaron los guarros ibéricos en la dehesa y las castañas hibernadas en los búcaros desde el día de los Santos.
Así se ceba un chozo, con el hambre puesta en la cena. Después se viste de forma apropiada. Los puristas creemos que lo más digno es hacerle un traje denso de cañas, pero en esto, como en todo, cada uno dicta su ley. Hay quien confecciona un pelele con un mono de mecánico, o una muñeca de culo cubano y grandes tetas vestida con una rebeca de punto y unos leotardos. El pueblo hormiguea, los chozos se alzan en todos los barrios, hay una excitación primigenia que viene de los tiempos en que los homínidos pintaban cuevas. A las seis y media muere el día. Se nerviosea y se preparan antorchas con las páginas retorcidas de un periódico deportivo; se tiene a mano una botella con gasolina o alcohol por si la leña está húmeda y no prende.  El repique de las campanas de la torre de la iglesia, a las siete en punto, sincroniza a El Puente del Arzobispo. Setenta, ochenta chozos bufan en llamas como dragones cónicos en liza contra una noche de escarcha. Esto debería pasar hoy, la víspera de Santa Catalina, y no pasará. Ignoro qué será de nosotros sin la limpieza de casas y campos, sin el éxtasis de chorizo y vino de pitarra, sin el ritual de fuego purificador que nos limpia para resistir unidos en comunidad un año más.