Alejandro Bermúdez

Con los pies en el suelo

Alejandro Bermúdez


Hablemos claro

10/05/2020

Por supuesto que no voy a entrar en la posición que mantenga cada partido con respecto a cada asunto de la vida pública. Su obligación es presentar propuestas que generen debate y del que al final surja la luz. Al menos así debería ser. Sin embargo estamos asistiendo a un espectáculo deleznable que consiste en amenazar con echar muertos encima de quién no se avenga a mantener una postura dentro de los cánones. Los cánones los fijan esos dioses de la progresía, portadores de la verdad absoluta e indiscutible por el solo hecho de que ellos lo dicen y nadie, o muy pocos, se atreven a contradecir.
La realidad de estos infalibles de la baratija filosófica es que, la inmensa mayoría, carecen de mérito alguno. Muchos de ellos se han formado organizando algaradas y escraches y, los más moderados, desde filas políticas que les han permitido vivir muy por encima de sus méritos reales. En el Consejo de Ministros y en el liderazgo de muchos partidos hay llamativos ejemplos de ello.
Va siendo hora de que la sociedad en su conjunto desenmascare a estos vividores, que sin formación ni bagaje conocido, gozan de un nivel que jamás alcanzarían en ningún sistema basado en el mérito. Estos echadores de eslóganes y frases sonoras y vacías, al poco de tomar posición de sus cargos no se privan de vivir con más pompa que los mismos burgueses a los que supuestamente combaten: tienen empleados sin dar de alta, se compran mansiones, se acicalan caracterizándose del Kennedy modelo ‘playboy’, gafas de sol y ‘Falcon’ incluidos y a algunos se les pone cara de pan por exceso de ‘langostas de trabajo’.
Pues, frente a esta nadería mental y profesional bajan la cerviz personas con mucho más fuste y, por desgracia, con el mucho menor atrevimiento que caracteriza la sensatez. Y esto nos ha llevado a que las personas menos preparadas sean las que dirijan el cotarro con resultados manifiestamente mejorables, como es normal cuando falta seso y sobra desenfado.
El resultado está a la vista: hay países que salvarán muchas vidas a costa de un mayor sacrificio económico. Otros salvarán su economía a costa de un mayor sacrificio humano. España es un completo fracaso en los dos aspectos: tenemos uno de los índices más altos de víctimas, sobre todo de los profesionales que nos tienen que curar, y además somos un perfecto fracaso económico, al punto de que, queramos o no, tendremos que recurrir a la ayuda de esos países que estos profetas denuestan.
Obviamente, esta postura cobarde de quienes deberían plantar cara a la corrosiva doctrina de la mediocridad está llevando a España a una situación social y económica muy complicada. Porque cuando se llena la cabeza de los ciudadanos de todo cuanto quieren oír, ocultando la necesidad de esfuerzo para conseguirlo y sin atreverse a advertir seriamente de sus consecuencias, es muy difícil pedirles después ningún sacrificio sin que haya una sublevación. La filosofía inculcada nos lleva a pensar que el Estado es omnipotente y nos tiene que dar y gratis: paga mensual, sanidad, educación, vivienda y vacaciones. El problema es que quienes producen estos servicios tienen la insana costumbre de quererlos cobrar y, como decía mi abuela, «el dinero no cae por la chimenea» y los préstamos se devuelven con intereses. ¿Alguien se atreve a explicarnos esto?