Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Monte Sión

27/11/2019

Hacía muchos años que no había regresado por allí. Tan cercano, y sin embargo, tan olvidado, recluido en lejanos recuerdos que el tiempo había sepultado. Un feliz acontecimiento, las bodas de oro de unos amigos, me hizo volver. Todo un redescubrimiento, que no puedo menos que compartir, pues no dudo que podría ser la experiencia de alguno de mis lectores.
Se trata del monasterio de Nuestra Señora de Monte Sión, más conocido en Toledo por San Bernardo. Un lugar que, a pesar de que la inmediata carretera de La Puebla y la urbanización homónima le privan del aislamiento original que tuvo durante siglos, sigue siendo un remanso de paz, tranquilidad y serenidad. Un ámbito de espiritualidad que nos ofrece una apertura a lo trascendente, a la vez que la posibilidad de adentrarnos, en medio del silencio, en lo más íntimo de nuestro interior, algo tan urgente en medio de los ajetreos y velocidades que nos impone nuestro vertiginoso ritmo de vida. Un espacio de belleza, arte e historia, de gran importancia en el pasado de nuestra ciudad.
Impresiona la austeridad de su iglesia, que conserva las trazas ojivales originarias. Su origen está vinculado a la figura de fray Martín de Vargas. La primera piedra fue puesta por el canónigo y tesorero de la catedral toledana, Alonso Martínez, un 21 de enero de 1427. En el siglo XVI conoció ampliaciones, a cargo de Alonso de Covarrubias y Nicolás de Vergara. Convertido en la cabeza de la reforma cisterciense en Castilla, el más importante de dicha provincia, sufrió, como tantos otros edificios conventuales españoles, los avatares de la Desamortización, pasando a manos particulares. En el siglo XX vivió un fracasado intento de recuperar entre sus muros la antigua y ya desaparecida industria sedera que dio fama a Toledo. En 1970 volvió a la orden cisterciense, a la comunidad de Santa María de Huerta, que ha restaurado entre sus viejos muros la vida monacal, marcada por el ritmo del ora et labora.
Quizá lo más conocido del monasterio son sus jardines, donde se han realizado muchos reportajes fotográficos matrimoniales. En ellos encontramos la fuente de los Jacintos, antaño famosa por sus aguas medicinales, llamada así no por la planta de igual nombre sino por el yacimiento de almandinos, mineral del grupo de los granates, o los espléndidos azulejos de Daniel Zuloaga, en los que plasmó, en seis paneles, la vida del Toledo decimonónico y algunos destacados personajes del ámbito de la Historia y de las Letras. La puerta de acceso al edificio conventual es magnífica, flanqueada por dos leones, destacando con fuerza el gris de la piedra sobre el austero ladrillo de la fachada. En el interior, el espléndido patio herreriano, severo y solemne, invita al recogimiento y la meditación.
Con frecuencia conocemos lugares lejanos y extraños e ignoramos bellezas que están a nuestro lado. Creo que es el caso de Monte Sión. Prometo subsanarlo.