Pedro Carreño

La Ínsula

Pedro Carreño


La embajada

31/01/2023

Pasear por la Gran Vía de Madrid, siempre es un placer. Y motivos para hacerlo sobran, porque la principal arteria del poblachón manchego, derrocha encantos. Los comercios, sus teatros, cines y bancos para reposar (los hay), son atractivos garantes de un buen paseo. Últimamente, también las terrazas de sus hoteles, que aportan una visión vertical desconocida de la Vía, precios aparte. Y, por supuesto, contemplar el tránsito y andar de la gente que la desborda de vida. Personal de todo tipo, naturaleza, color, vestimenta, origen o destino. Disfrutando, todos, por pisar una de las calles más primorosas y efervescentes de Europa.
A esa gran oferta de vida contribuye Castilla-La Mancha. La oficina que la comunidad regenta en el corazón de la Gran Vía, es una magnífica ventana de la región en Madrid. Una ínsula abierta a todo el mundo, como es esta comunidad. Una embajada pequeña para toda la riqueza cultural que oferta la patria de Don Quijote, pero enorme en su afán por dar a conocer sus secretos. Una tierra antaño llamada 'de paso', pero asentada ahora en las entrañas de la capital de España, y de la que ahora nadie puede pasar.
La oficina es la misión más castiza de la región. Y a ella peregrinan todos aquellos pueblos y rincones de Castilla-La Mancha, deseosos de dar a conocer lo mejor que tienen. Sus costumbres, fiestas, sabores y raíces. La oficina es el aperitivo que invita a los paseantes a degustar los manjares de esta gran región. Y son muchos los viandantes y curiosos que paran allí, la visitan, y luego deciden conocer alguno de sus encantos ofertados.
Pero también es algo más. Para alguien de la tierra que viva en Madrid, la embajada es un cordón umbilical con recuerdos, vivencias, forma de vida, cultural local y universo personal. Por eso, asistir a un evento  en la embajada castellanomanchega es motivo de orgullo. Y casi de obligación si es tu pueblo quien convoca, e invita a acompañarlo.
Que los paisanos y vecinos se encuentren en ese trocito de la tierra, es un argumento de agradecimiento y  de reconocimiento mutuo. De los que vienen, por tener presente la fuerza, cariño y amor con el que hablan y defienden a Castilla-La Mancha, quienes viven fuera de sus fronteras. Los que nunca la olvidan y siempre la llevan presente.
De estos últimos -los que no tienen la fortuna de vivir en la que consideran su tierra-, por reconocer el trabajo de los que luchan por defenderla y vienen a Madrid para promocionarla y darla a conocer. Sin cansancio, dentro y fuera de sus lindes.
Ese torrente de emociones, de abrazos, saludos  e incluso lágrimas, se funde casi a diario en la embajada castellanomanchega. La esquina castiza en la que reside la embajada, es un trocito pequeño de una gran región. Pequeño, mágico y evocador. Pero enorme por los corazones que acuden a él, cuando oyen la llamada de su pueblo.