Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Manuel Pulgar Alonso, lector

20/03/2020

Otros hablarán y escribirán con más fundamento que yo de Manuel Pulgar Alonso. Los políticos lo ensalzarán como el aguerrido socialista que fue en la clandestinidad, un gran alcalde de Toledo si él hubiese tomado la tentadora decisión de vivir de los cargos. Los juristas reconocerán la trayectoria del profesional de prestigio que durante tantos años ejerció en la ciudad. Su mujer y sus tres hijos podrían rellenar horas de conversación con sus vivencias personales, trufadas de veranos en Almería y anécdotas sin fin, de esas tan jugosas por lo cotidianas que nos están vedadas a los que no compartimos sangre. Yo apenas sé unas cuantas cosas suyas, como que le gustaba saborear una buena copa de vino como si fuera un jeroglífico y descifrar sus virtudes y defectos, o que apreciaba la cerámica talaverana y puenteña, la vida en el casco. Y leer.

Leía de todo. Leía bien. Leía con sentido. De cuando en cuando me lo cruzaba por la calle, o tomando el aperitivo con Mercedes, su mujer, en algún bar, y tenía el detalle de decirme que tal o cual artículo de La Tribuna le habían gustado especialmente, o me preguntaba por los visigodos de la Vega Baja. Una vez le dediqué un ejemplar de un libro sobre la muerte de mi abuelo en un campo de concentración, y cuando lo leyó cogió un folio usado que estaba lleno de esa absurda y masiva sucesión de números y letras capitales que necesitan escupir las impresoras antes de reiniciarse cuando les cambias los cartuchos de tinta, y lo partió en dos, y plegó por la mitad una de las cuartillas resultantes. A lo mejor pretendía hacer una figura de origami, pero finalmente rellenó con letra rápida una de las carillas blancas hablando de las sensaciones que había tenido al leer mi particular historia de horrores familiares. No sé, puede que necesitase reiniciarse como la impresora antes de empezar otro libro. Ahí dejó escrito su agradecimiento por la lectura, la importancia del idealismo en la vida y para la vida de las gentes, y hasta su aborrecimiento del vino Viña Albali. Como debió parecerle poco elegante, con el ánimo más sosegado, echó mano de una postal del Museo del Prado, “El Descendimiento” de Roger van der Weyden, y añadió algunas líneas más justificándose por haber usado una hoja sucia para verter sus sensaciones, pero insistiendo en que no quería mover una coma. Todo eso me lo hizo llegar de la mano de su hija, también Mercedes, junto con el libro “El Mal o el drama de la libertad”, de Rüdiger Safranski.

Hemos perdido a un hombre sólido construido sobre lecturas. Siento no haber encontrado más momentos compartidos con él, pero soy el afortunado poseedor de un par de buenos recuerdos que le tienen como protagonista, y tengo la suerte de contar a su familia entre mis buenas amistades.