Entre la ciencia y la conveniencia, los ciudadanos estamos sometidos al desconcierto. En una época el pescado azul no era bueno y en la siguiente recomendable. Hay que estar dispuesto a aceptar que las gachas de almortas fueron saludables para los abuelos y que luego se consideren cancerígenas para los nietos. Yo pienso que hay que comer lo que a uno le dé la gana sabiendo que si te mueres va a ser de gusto.
Se ha extendido últimamente la medida sanitaria de que los menores de 10 años no consuman pescado por el mercurio que contienen, neurotóxico para un cerebro en formación. Todo lo demasiado bonito suele ser peligroso, como las peonías rojas y hermosas que crecen en los ribazos o las setas multicolores de las umbrías. Tal sucede con el mercurio, esa fascinante plata líquida cuyo misterio se remonta a los primeros magos de la alquimia que lo veían como el principio generador de todos los metales y de él podrían obtener oro mediante transmutación con sus esfuerzos químicos y espirituales.
Entre los pescados se han establecido categorías de toxicidad, siendo especialmente peligrosas el atún rojo, el pez espada y los selacios, y tolerables la lubina, la langosta, la merluza y la cigala. Esto crea también una selección por clases pues la gente rica está a salvo con su lubina y los pobretones hemos de apencar con el emperador del menú del día.
Este fascinante elemento, que es el único metal líquido, ha sido valorado muy diferentemente, desde ser un poderoso medio curativo que llegaba a procurar la inmortalidad, hasta provocar muertes dolorosas.
El mercurio aparece en la naturaleza principalmente como cinabrio (sulfuro de mercurio) del que se extrae por calentamiento en una corriente de aire y condensando el vapor. El mercurio disuelve muchos otros metales como el oro y la plata para formar amalgamas que pronto solidifican. De ahí su tradicional uso odontológico para realizar empastes.
Metido en aventuras, he acompañado a los aureanos del Sil que bateaban las arenas del río con sus concas de madera para obtener pepitas de oro y ya en casa las amalgamaban con mercurio y luego eliminaban este metal en la estufa recibiendo sus vapores, para después vender el oro a los dentistas de Ponferrada. Igualmente los orfebres del XVIII aplicaban la amalgama de oro sobre sus creaciones y luego por calentamiento se elimina el mercurio. Estos vapores tóxicos producían vértigo, parálisis, asma y los que no morían jóvenes «rezaban pidiendo la muerte». El Nitrato de mercurio se usaba como curtiente para el fieltro de los sombreros. Quizás era la causa de la demencia del sombrerero loco de Alicia en el país de las maravillas.
El cloruro de mercurio (también conocido como sublimado corrosivo) se utilizó en la medicina antigua como desinfectante, laxante. y para tratar la sífilis. Al enfermo de este mal, bien engrasado para que absorbiera el remedio, lo metían en una cuba sometido a los vapores del compuesto de mercurio caliente. Rabelais lo describe: «bailando sus dientes como teclas y echando espuma por la boca». En conclusión, tampoco tenemos nosotros que quejarnos tanto.