Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Náufrago

12/11/2019

Había una vez una isla desierta. Tenía cascada, manantial y cocoteros. También tenía un tesoro pirata y una amenaza terrible y los mejores amaneceres y puestas de sol. Y arena blanca, rocas negras, selva verde, mar azul. Por las mañanas, el viento del este movía sus cocoteros, la marea alta limpiaba los plásticos de sus orillas, y el volcán que había en su centro se agitaba para darle calor.

Un día llegó un náufrago y lo puso todo patas arriba. El náufrago exploró la isla desierta. Bebió del manantial. Se duchó bajo la cascada. Recolectó algunos cocos. Pescó algunos peces. Y encontró el tesoro pirata sin mucho esfuerzo. Monedas, joyas, botellas de ron que vació y llenó de mensajes de socorro que lanzó al mar. El náufrago taló algunos cocoteros para hacerse una choza. Y otros para quemarlos y ahuyentar a la amenaza terrible por las noches. Y algunos más para construir una balsa que no se atrevió a usar. Y abrió caminos en la selva. Y excavó un gran letrero que ponía SOS en la arena blanca. Estas cosas las hacía para entretenerse, porque los amaneceres y los atardeceres le parecían eternos, y porque le aburría mirar a las estrellas por la noche. Le disgustaban la lentitud de las olas, el golpeteo de la cascada, el sabor de los cocos y de los peces, la brisa del este, y los amaneceres y atardeceres que sólo le traían un día igual al anterior. El náufrago hablaba solo. Se contaba a sí mismo los recuerdos de su ciudad. De sus avenidas de cemento, sus edificios de acero y cristal, del aroma de los motores de combustión, del ruido del tráfico, de la comida rápida, del café rápido, del movimiento rápido de las gentes urbanas, de sus rápidas conversaciones.

Meses después de su llegada, un barco lo rescató y lo devolvió a su ciudad. Y el náufrago lo puso todo patas arriba con su tesoro pirata. Exploró la ciudad superpoblada. Comió en los mejores restaurantes. Bebió los mejores vinos. Se construyó una gran casa con calefacción central y contrató la mejor alarma para protegerse de la amenaza terrible por las noches. Un día se descubrió buscando las estrellas en un cielo oculto por la luz de las farolas; y levantándose muy temprano para ver amanecer; y comprando cocos en la frutería; y poniéndose documentales de playas de arenas blancas en el televisor. Y se dio cuenta de que no había dejado de ser un náufrago. Ese día escribió un mensaje que metió dentro de una botella vacía de ron que dejó en la puerta de su casa.