Fernando Lussón

COLABORACIÓN

Fernando Lussón

Periodista


Terreno embarrado

15/10/2020

Otro día perdido. La sesión de control al Gobierno del Pleno del Congreso ha transcurrido por la misma senda que en las últimas ocasiones, por la del revuelo en las bancadas, por los discursos maniqueos, por las preguntas sin respuestas, por el enfrentamiento dialéctico de baja estofa, de la política con minúsculas. Una sesión de esas que crean desafección entre la ciudadanía y su clase política porque reflejan una vez más que donde se necesita voluntad de acuerdo y consensos básicos se ha instalado la soberbia, la exacerbación de debates que solo forman parte de los intereses de los políticos ajenos en su mayor parte a la voluntad de los ciudadanos. Cada cuál juzgará que la responsabilidad en que la política se desarrolle en un terreno de juego embarrado es del adversario, o señalar que todos los políticos son iguales, o que estas sesiones parlamentarias forman parte de la política espectáculo, propia de un momento líquido en el que ningún líder tiene convicciones profundas más allá de acceder y conservar el poder.

Escuchar al líder de la oposición afirmar que “no va pactar nada” con el presidente del Gobierno mientras Unidas Podemos permanezca en el Gobierno es una declaración de intenciones impropia de quien representa a millones de votantes de su ideología que quieren ver resueltos sus problemas. Pablo Casado ha alardeado de haber propuesto un sinfín de pactos de Estado al jefe del Ejecutivo sin que este tomara en consideración su oferta. Buen intento si lo que hubiera ofrecido no fuera su programa electoral que resultó derrotado en las urnas. Tampoco dudó en torpedear las iniciativas del Gobierno para lograr un pacto para la reconstrucción que ha quedado demediado primero y caído en el olvido después.

Y así se pasan los días, entre acusaciones mutuas de pretender instaurar un régimen autoritario, una república bolivariana mediante la sustitución del modelo de Estado y acabar con la monarquía, por un lado, y la ubicación del Partido Popular como un partido antisistema que hace una lectura parcial de la Constitución que aplica en los términos que le favorecen dejando ver las costuras de sus incumplimientos.

La consecuencia de esa forma de hacer política es que ni el PP crece ni el PSOE mengua, que ninguno de los dos grandes partidos obtienen la suficiente masa crítica como para no depender de pactos con otras organizaciones políticas que obtienen beneficios de sus debilidades, léase Vox, que le marca la agenda al PP y lo arrastra a posiciones más conservadoras; léase Unidas Podemos, que lleva al PSOE a gastar energías en defender un pacto constitucional en el que se encuentra cómodo y que considera como propio.

Y aún peor, se da pábulo a la idea del “Estado fallido”, tan falsa como manejada de forma interesada por aquellos países a los que les viene bien aprovechar las divisiones internas, mientras desde el Gobierno se suceden las acciones de marketing político a la espera de las concreciones fundamentales, las derivadas de la existencia de unos Presupuestos Generales del Estado -y de que se conozcan las condicionalidades para recibir los fondos de reconstrucción europeos- para apuntalar la legislatura. Y todo en un tiempo de pandemia que no se sabe cuándo va a acabar pero que ha dejado un erial económico y social, profundizado por los desencuentros políticos.