Miguel Ángel Collado

Alma Mater

Miguel Ángel Collado


Sobre la ‘apropiación cultural’

20/09/2021

Se acaba de editar en español el polémico ensayo de Caroline Fourest ‘Generación ofendida. De la policía cultural a la policía del pensamiento’, que se publicó originalmente en Francia el año pasado. Para ubicar adecuadamente sus ideas en una sociedad cada vez más polarizada, conviene recordar que Fourest es una militante de izquierda, laica y feminista y en esta obra reflexiona sobre cómo la evolución del concepto de apropiación cultural está generando prácticas restrictivas de la libertad de expresión cuando, en realidad, el progreso de una sociedad requiere no una atmósfera de homogeneidad que impida expresar opiniones diferentes sino fortalecer el debate abierto. Porque denuncia Fourest que se están generalizando, sobre todo en América del Norte, pero también en países europeos, «pequeños linchamientos ordinarios que terminan invadiendo nuestra intimidad, asignando nuestras identidades, transformando nuestro vocabulario» en un proceso de censura en el que la policía cultural se ejerce desde la sociedad, no desde un Estado autoritario.
A este respecto, se ha dicho que la ‘apropiación’ cultural es la blasfemia de una nueva religión, la de los orígenes. Blasfemias consistentes, por ejemplo, en la celebración por una madre de una fiesta infantil maquillando como una geisha a su hija norteamericana y sus amigas, ‘apropiándose’ de este modo de la cultura japonesa por lo que se generó un acoso en las redes a la madre; o impartir clases de yoga en Canadá ‘apropiándose’ en este caso de la cultura india y por ello fueron boicoteadas. No faltan ejemplos de estudiantes universitarios en Estados Unidos que se oponen a la enseñanza de grandes obras clásicas o de artistas que piden la censura de un cuadro antirracista porque había sido pintada por una artista blanca. Se produce entonces una censura pública por fundamentalistas o bien se logra generar una autocensura como resultado de la presión.
Ello se enmarca en el contexto de un pensamiento que enlaza la preocupación de ser conscientes de las injusticias raciales desde un planteamiento identitario. Se enfrentan así, dice Fourest un antirracismo universalista que aborda la igualdad de las personas independientemente de la etnia y un antirracismo identitario que pone el acento en un tratamiento especial para cada minoría, estando este último modelo más presente en los países anglosajones pero que también se hace presente en Europa.
Arquetipo de ese antirracismo identitario para la ensayista es Canadá, al que califica como laboratorio número uno para la política identitaria. Lo cierto es que este país ha pasado de una política de asimilación, llegando en ocasiones a extremismos con comportamientos terribles y mortales, a una apuesta por el multiculturalismo de forma que en 1988 se aprobó la Canadian Multiculturalism Act y se ha formulado una Guía sobre Derechos y responsabilidades de los ciudadanos que pretende dejar claro que no todas las costumbres son aceptables pues se deben respetar la ley y los valores comunes de los canadienses, como la igualdad de mujeres y hombres. Preocupantemente, sin embargo, se cae también en extremismos como la reciente purga de 5000 libros, algunos quemados, por considerar que propagan estereotipos negativos sobre los aborígenes.
En definitiva, el ensayo de Fourest nos sitúa ante el debate sobre el modelo de articulación de una sociedad con personas de cultura, religión y origen étnico diversos, modelo que no puede ser el de la segregación sino el de la integración en un escenario  de principios y valores compartidos y exigibles, garantizando la igualdad y la inclusión así como el respeto a la diversidad pero dentro del marco común pues el reconocimiento de la alteridad solo cabe desde una perspectiva de reciprocidad, no de defensa o negación frente al otro.