Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


El árbol de la retórica

18/03/2021

Cada día empleamos la retórica -aunque no reparemos en sus teorías o cánones- al debatir, dar una respuesta o articular en una conversación nuestra visión de las cosas con el ánimo de ilustrar, explicar, impresionar o desalentar a quien nos escucha, dejando bien claro lo acertados que estamos. Para ello, es razonable creer que primero pensamos en lo que debemos decir y después en cómo lo expresaremos para conseguir nuestra intención.
Los griegos clásicos cultivaban la retórica porque era conscientes de que, bien aprendida y adiestrados en su práctica, era de gran utilidad política en el ágora para llamar la atención sobre lo que querían decir y persuadir o disuadir con sus argumentos a los ciudadanos. Tampoco podría decirse que hubiera un acuerdo unánime sobre las razones éticas que justificaban su empleo. Los sofistas se ejercitaban en retórica para elaborar y exponer argumentos convincentes -ya que entendían que no existe una única verdad y, además, es preferible hablar de cosas verosímiles para ser inteligible- con los que contrarrestar al adversario y convencer al auditorio. Para disgusto de Sócrates que defendía la dialéctica porque ayudaba a descubrir la verdad, mediante la discusión de los argumentos, y no su sacrificio para ganarse a la audiencia y salirse con la suya.
Lógicamente el fundamento de la retórica es la consecución de un buen discurso y son las ramas de su árbol las dimensiones clásicas a las que hay que prestar atención para su redacción y posterior preparación del orador para su exposición: Inventio, Dispositio, Elocutio, Memoria y Actio. Aspectos racionales para plasmar ideas, reflexiones y lugares comunes con los que estructurar el razonamiento y aspectos emocionales para conmover con la interpretación, la entonación y la gesticulación
La retórica política ya no es lo que era porque somos muy distintos a los ciudadanos de las polis griegas y la política hace mucho que es otra cosa. De hecho, en política contemporánea es una estrategia comunicativa para apelar al votante - usando recursos para tergiversar los hechos con falacias, distracciones o peroratas- con un discurso caracterizado por la ambigüedad, la paradoja y la contradicción de lo que predica.
Aunque esté perfectamente medido para vencer, es más fácil demostrar a la gente con el discurso lo que cree que puede ser posible y los ciudadanos creemos que el poder puede dejar de estar concentrado y que las desigualdades pueden reducirse. Sin embargo, nos cuesta creer que sea posible sirviéndonos de ideas que han fracasado siempre en la práctica. Que dividen maniqueamente a la sociedad entre buenos y malos, justos y corruptos, iluminados y equivocados. De tintes populistas para señalar al culpable que de identidad al pueblo doliente excluido del sistema político, que no hay quien encuentre, y así pretextar no cumplir la ley porque el fin justifica los medios. Con una visión simplista del Estado que solo puede estar en manos de los pobres o de los ricos en lugar de afanarse en promover la relación entre el crecimiento económico y la redistribución para toda la sociedad.
Si el orador se desvía con su interpretación de la proclama para continuar en el escenario, aún menos.