Ignacio Ruiz

Cabalito

Ignacio Ruiz


La Liga

25/08/2021

Ha dado comienzo el juego, señores. El balón ha echado a rodar y el murmullo en los campos empieza a subir de decibelios.
Por un lado, es una alegría ver de nuevo público en las gradas de los equipos de primera división, entre otras cosas para evitarnos el suplicio de las grabaciones y retransmisiones sosas y enlatadas de los dos últimos campeonatos ligeros. Esos gritos de ánimo inconexos con el partido es el peor invento de las plataformas digitales.
Por otro lado, se abre un momento de incertidumbre bastante grande. En los lugares de ocio, conciertos musicales o hasta en la vuelta al cole todo está controlado de tal forma que hay que demostrar la inocencia, pero en el fútbol, en el que mueve millones, las cosas se mueven de otra manera.
Estamos a 15 días del comienzo escolar y nadie se pregunta qué pasará con la vacunación de los menores de 12 años. A 15 días del regreso a las aulas y tras ver los altercados en los botellones, en las universidades se limitarán los grupos para evitar contagios. Estamos a 15 días y ahora se van a reunir para ver qué hacen, porque en verano, adivinen qué han hecho: nada.
La Liga ha dado comienzo, las fiestas de agosto se han celebrado como si no hubiera limitaciones, las mascarillas escasean en las calles y, dentro de poco, nos echaremos las manos a la cabeza por una nueva ola. Tranquilos que el circo ya está en marcha. El pan lo aseguran las colas del hambre que funcionan a tope a pesar de que no se haga publicidad de ello.
Ya no tenemos a Messi, perdimos a Ramos y lo más probable es que el estadio Bernabéu no disfrute de Mbappé hasta el año que viene, pero tranquilos, todo está estupendamente:  Seguimos con el Hospital universitario medio cerrado y al tran-tran, con desabastecimiento de medicinas, con colapso en las urgencias, el hospitalito cerrado, las residencias en claro peligro, los servicios de atención primaria desbordados, pero las fiestas populares sin protocolos, sin ayudas y probablemente con aumento de contagios.
Y, la sociedad, adormecida, seguirá viviendo en un insulso devenir en el que no querrán cambiar nada, porque tampoco saben qué o a quiénes tienen que cambiar para que su vida mejore.