Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


La madrugada de la vendimia

03/10/2019

La madrugada de la vendimia es una gavilla de olores que se despliega con el fino viento de la Mancha. Alcanza los sentidos todos y sublima la piel como si de un amante se tratara. Penetra por los poros abiertos y hunde su yugo perfumado hasta el mismo tuétano. Ancla su aroma al centro del estómago, en el punto donde se sostiene el vientre y llena la sangre entera de sensaciones viejas. Es la llamada de la tierra, el grito hondo que de la cepa surge y baña la viña entera de primitivos zumos y amores viejos. Las pámpanas mecen la melena tras su dorado otoño de tarde en el claro horizonte de la mañana, cuando el cielo se rompe por la delgada línea que separa el día de la noche. Se abre el firmamento y las bóvedas se separan, como si hasta ahora hubiesen estado unidas en el infinito beso de la llanura. La vendimia de madrugada es el perfume más hondo, el que brilla en sus destellos en los ojos de la joven medio desnuda. Un colocón de felicidad, un subidón de adrenalina, un padre nuestro ensabanado. 
La Mancha en vendimia es liturgia, tribu y rumanos. Tractores desahogados que recogen el trabajo entero del día, capachos enormes donde caben la uva, el sudor, el cielo. Las bodegas hierven desde primera hora y no cierran para dormir. El sueño en vendimia es una entelequia, una quimera, desazón inoportuna. El mosto anuncia lío, jarana, vida. Es la niñez del vino que clama adolescencia y luego distribuirá sus efluvios entre los fieles. El vino es civilización. Somos vino y torrentera, porque el hombre corrió los siglos en torno a una viña. El Mediterráneo es el gran viñedo de la cultura, de donde salieron las artes una a una, uva a uva. El teatro hiende su origen en la tragedia y esta, a su vez, en las bacantes, en aquellos ritos dionisíacos y frenéticos donde morían jóvenes doncellas, efebos órficos y sátiros infames. Orgías de primavera que terminaban consumidas en su misma carne, sin dar tiempo a un segundo otoño. Hasta la llegada de Cristo y su fin en sangre. La Nueva Alianza que sella y cripta para los tiempos con vino, igual que los judíos marcaron las jambas de sus puertas antes de salir al Éxodo. Todo eso cabe en el vino y sus ánforas. A todo ello nos referimos cuando nos despierta la brisa de la mañana y una lágrima de frío cae por la mejilla helada.
El vino ha sido río anchuroso de talento que surcaron los grandes genios de la Historia. No me fío de quien no bebe vino, pues no ha descubierto el origen mismo de la vida. Sólo el vino puede diluir como lo hace la frontera de lo divino y pagano. El Cantar de los Cantares es un vino joven de dos amantes que se persiguen para yacer juntos en el lecho y caer embriagados de perfumes y alcoholes. Por eso en ocasiones se prohibió en los monasterios, para no poner febriles a los monjes. Luego llegaron los místicos y se coronaron en noches inmensas de anhelo que sólo  lo Alto colmaba y cubría de celo. El vino era el acompañante perfecto del tránsito, la muda, el intelecto. Los ascetas recelaban de la plenitud y la observaban y los místicos, en cambio, se bañaban en ella. Como si de un licor se embelesaran, como si de un vino se inspiraran. 
La vendimia redondea las tardes de otoño hasta concluir su ciclo y vaciar la tierra. Es la amante desnuda tras el acto. No queda nada, sólo esperanza y deseo de un nuevo encuentro un año más tarde, cuando únicamente el tiempo haya hecho la misma tarea que el amor le encomienda. La salvación del naufragio en los mares de la nostalgia.