Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Los transfugas

07/04/2019

Una de las grandes gangrenas de la política son los tránsfugas, gentes que lo mismo valen para un roto que para un descosido, gentes que desacreditan el noble quehacer de los que consagran su vida al servicio del pueblo, y que hacen bueno el viejo dicho de que dos augures no podían encontrarse frente a frente por las calles de Roma sin reír, por la sencilla razón de que ambos  sabían que sin cesar mentían.
Nueve años han pasado desde que nuestro paisano Sebastián Moreno dio a la luz ‘Camaleones, desmemoriados y conversos’, que tanta polvisca levantó. Pero está claro que la historia tiende a repetirse por la sencilla razón de que a) la jeta de determinados seres humanos no tiene límite; b) los hay que venderían el alma al diablo para seguir aferrados a la ubre de la vaca; c) la política tiende a producir excrecencias, y d) aquel viejo proverbio de «vaya yo caliente y ríase la gente».
En los partidos hay gente honorable que deja por unos cuantos años su profesión de funcionario o de lo que sea, y, concluida la aventura, se reintegra a su puesto; pero también los hay -y ése es el problema- que nacen y crecen a la sombra de un partido, y a su sombra se empeñan en vivir hasta la bien provista jubilación. Y lo grave es que a menudo no hay modo de diferenciarlos: se parecen como dos gotas de agua, pronuncian idénticos discursos patrióticos, sueltan los tópicos de rigor, parecen dispuestos a darlo todo por su causa; hasta que viene el huracán, las cosas se tuercen y, consternados, se dan cuenta de que ya ni siquiera hay un puestecito humilde para seguir tirando con un sueldo como Dios manda.
Ejemplos los hallamos a mansalva, y más en esta época convulsa vivida en el Partido Popular o en el PSOE. El más escandaloso, sin duda, es el de la exportavoz del Grupo Socialista en el Congreso en tiempos de Alfredo Pérez Rubalcaba, Soraya Rodríguez, una de las habituales tertulianas de la Sexta Noche, donde defendía como una leona el ideario socialista, como mujer convencida de toda la vida. Esta dama, después de tres décadas de militancia, siempre fiel al statu quo, apoyó a la ilustre Susana Díaz, se equivocó de bando, le salió, como a tantos otros, el tiro por la culata, y  viendo su estrella declinar, se inventó su propia ‘razón de vida’, de tal modo que,  cuando agotó las papeletas, comprendiendo que se quedaba ‘a dos velas’, arguyó a bombo y platillo que dejaba el PSOE, -justo cuando era el PSOE quien la dejaba a ella- porque no estaba nada de acuerdo con la política de su jefe en lo referente al tema catalán. Y, apenas un mes después de darse de baja del Partido Socialista, se convertía en uno más de los fichajes estrella de Ciudadanos -como independiente, claro-, pero bien situada en la lista de las elecciones europeas que encabezará, Dios mediante, Luis Garicano. Y así se presentó, tan pancha, sin una pizca de rubor en las mejillas -para eso está el colorete-, el pasado 2 de abril, con su nuevo jefe, Albert Rivera, que ficha todo lo que se mueve como el Fútbol Club Barcelona, afirmando que «los que creemos que España es una nación debemos trabajar juntos», o sea, que lo mismo podía haberse pasado al PP o incluso a Vox; porque lo que, al parecer, no es tan evidente para ella es que Pedro Sánchez, su ex jefe, crea semejante tautología.
Para personas de tan baja estofa -como ocurriera con la célebre Irene Lozano, que hizo casi el camino contrario, prestándose miserablemente a escribirle un libro plagado de errores de toda índole a Pedro Sánchez- el transfuguismo es el pesebre de los que venderían a su padre por dos reales. La culpa, sin embargo, es de los que confunden la política con el fútbol, los que, endiosados, quieren correr los cien metros en nueve segundos, sin darse cuenta del daño que hacen a quienes ven la política como un ejercicio de servicio al pueblo, noble, virtuoso y sacrificado. Aunque al final, como dijo Lerroux, todos calvos.