Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Bereshit

03/03/2021

Releo estos días el comienzo del libro del Génesis. Un hermoso texto que trata de explicarnos, desde el marco cultural y religioso del pueblo de Israel, el origen de todo. Alejado, sin duda, de nuestra cosmología, pero extraordinariamente bello.
Bereshit. Al principio de todo. De la nada, al ser. Del Caos informe, primigenio, al Cosmos. Bara Elohim. Dios creó. Dos relatos, diversos pero complementarios, ofrecen la respuesta creyente al enigma de nuestro origen. Todo se inicia, como un esplendoroso amanecer, con el paso de la tiniebla fría del no ser al estallido potente de la luz. Iluminado el Universo, comienza a ser, desplegándose en el himno litúrgico que nos recuerda, una y otra vez, la esencial bondad de lo creado: «y vio Dios que era bueno», bondad que, tras la creación de los hombres alcanza su cénit: «todo era muy bueno».
Creación por la Palabra, Logos que dota de sentido a la arquitectura cósmica y a su ornato, mansión preparada para albergar la imagen divina, el hombre. Palabra que ordena y es obedecida, mostrando su eficacia, a lo largo de las diez ocasiones en las que actúa: «Y dijo Dios».
Palabra que separa y organiza. La voluntad del Creador, todopoderosa, llena el vacío original, colmándolo con la luz, que escinde la noche y el día. Vencida la oscuridad, el segundo acto creador separa las aguas, construyendo, como Arquitecto supremo, una bóveda que da lugar al firmamento y a los mares, y éstos, de nuevo divididos, permitirán la aparición de lo seco, donde pondrá la vegetación, alimento de animales y del hombre. Tres días para separar los espacios, tres días para ornamentarlos. Primero sol, luna y estrellas, que marcarán el ritmo vital de la humanidad. Después, en paralelo con el segundo día, los seres vivos que habitarán esos espacios, todos ellos bendecidos por Dios, una bendición que es fuente de fecundidad y de vida. Más aún faltaba completar la obra creadora, primero con los animales.
Palabra que al ser pronunciada de modo más solemne, crea al hombre, culmen de toda la acción creadora. Copia de su Hacedor, parecido a Él; espejo imperfecto de la perfección divina, destinado a vivir en armonía con el resto de lo creado, compartiendo el dominio de Dios sobre éste. Una creación fruto de la reflexión que, como Rey supremo, comunica a la corte celestial: un “hagamos” que indica que será una criatura especial, imagen y semejanza de su Creador, una tarea en la que se deleita con la triple reiteración del verbo crear, antífona que canta la especialísima relación que se acaba de generar.
Ahora ya el Creador puede  gozarse con el fruto de su labor y contemplar su bondad radical, su perfección ontológica. Como el artesano al rematar su obra maestra, llega el momento del descanso, bendiciendo y consagrando ese día que ofrecerá también a la humanidad como espacio de encuentro gozoso con Él.
Una auténtica belleza de relato.