Le confieso que he estado a punto de cambiar el tema de esta columna tras recibir unas fotografías terribles por Whatsapp con el siguiente mensaje: «La zona covid de las urgencias del Hospital La Paz (Madrid) se encuentra colapsada». Luego he pensado que no, que tengo incluso más motivos que antes para no insistir con esto y sacudir la angustia de esta modesta contribución al periodismo.

Me he acordado, por ejemplo, de que varios países han puesto ya límites legales al porcentaje de minutos de informativo que se dedican a la pandemia. Y me han venido a la cabeza discusiones recientes con personas que se escandalizan porque los telediarios y los periódicos no le dedican ya todos sus esfuerzos a informar sobre los doscientos o trescientos muertos diarios. «A principios de marzo morían unas pocas decenas y parecía que se acababa el mundo. Ahora nos hemos insensibilizado”» dicen.
Nos hemos insensibilizado como se insensibiliza la lengua o los músculos: de usarlos demasiado. Poco más podemos hacer. Hay un virus matando a millones de personas en todo el mundo y ya lo tenemos asimilado. Ha pasado a formar parte de las cosas terribles que no abren informativos.
Que nos vamos a morir todos antes o después es probablemente la revelación más dura de todas. Si los medios de comunicación fuesen un inventario perfectamente ordenado de asuntos gravísimos, este titular tendría que ser siempre el primero: «Nos vamos a morir todos. Les dejo imaginar la segunda noticia (¿el desamor?), la tercera (¿el dolor físico?)… La sección de Deportes necesariamente tendría que ver con Fernando Alonso.
La conclusión es que a lo mejor no merece la pena darle más vueltas a esto. Y retomo donde lo dejé, que quería hablarles de mis editoriales favoritas: Libros del Asteroide, Automática y Debate. Son magníficas las tres. Se puede comprar a ciegas cualquier cosa que publiquen siempre que no tenga que ver con el virus».