Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Mutaciones.

11/02/2021

Nos inquietan las noticias sobre las mutaciones del virus. Supongo que, sin querer, lo asociamos con los mutantes de ciencia ficción que ponen a la humanidad en grave peligro, aunque sea un mutado superhéroe, con poderes excepcionales, quien devuelve la tranquilidad al mundo.
Las mutaciones son variaciones espontáneas e impredecibles en la secuencia de genes que provocan cambios puntuales en los individuos. Los virus, aunque se cuestionen como seres vivos según estén en fase latente o dinámica, tienen un código genético, escrito en ARN para el SARS-CoV-2, con instrucciones para comportarse. Una mutación no hace diferente al virus. Se identifica una variante del virus cuando muchas mutaciones, o importantes, lo hacen genéticamente diferente, lo que no implica necesariamente que el virus actúe de manera diferente. En cambio, habrá una cepa o especie del virus cuando las mutaciones hayan logrado diferenciarlo del comportamiento del virus original. Hasta la fecha, mediante secuenciación genómica, solo se han detectado variantes del virus, pero no se tiene evidencia científica de que sean más letales ni de que afecte a la efectividad de las vacunas disponibles.
Las mutaciones también son imprescindibles para que la vida continúe.  El hombre se habría preguntado sobre la existencia de distintas especies y se respondería a su manera porque la genética no deja de ser una ciencia joven. Al principio le dio una explicación religiosa y cuando trató de buscar una razón supuso que la diferencia en formas vivas se debería a la necesidad de adaptarse a las circunstancias y que el físico conseguido con esfuerzo se transmitiría a los descendientes.
No hubiera estado mal porque en el caso de tener abuelos o padres atletas, poliglotas o virtuosos del piano nos habríamos garantizado esas destrezas por herencia sin esfuerzo. Esta teoría de Lamark, que explicaba el cuello largo de las jirafas a base de estirarlo para comer hojas de los árboles, quedó superada por las reflexiones de Darwin sobre la evolución de las especies durante la expedición del Beagle publicadas en 1859. La variación de las especies entre las islas vecinas de las Galápagos le llevó a intuir la existencia de mutaciones que favorecerían la selección natural al procurar individuos mejor adaptados y con mayor éxito reproductivo.
Darwin no conocía a Mendel, pero influyó en su trabajo sobre la herencia de caracteres sin conocer su fundamento biológico. Tampoco a Suttton y Boveri que en 1902 postularían que la herencia es debida a los genes de los cromosomas y que su proceder en la meiosis justificaba las leyes de Mendel. Ni a Luria y Delbrück que recibirían en 1969 el Premio Nobel por demostrar que las mutaciones son aleatorias y se producen confieran al individuo alguna ventaja adaptativa o no.
Puede que la evolución y la vida no tenga dirección ni sentido, dada la importancia de los acontecimientos concretos o de la existencia de mutaciones adaptativas en el momento oportuno. Algo que sugería Darwin en su último párrafo, comparando la constante ley de la gravedad con la creatividad, condicionada por la guerra de la naturaleza, el hambre y la muerte, de la ley de la vida.