Javier Ruiz

LA FORTUNA CON SESO

Javier Ruiz


Los madrugadores

26/12/2019

Los madrugadores somos de una estirpe antigua, lejana, que sobrevive a la era del twitter y el tinder. Nos acostamos temprano y levantamos el ojo a primera hora, cuando las calles no están puestas, cuando la niebla hace su trabajo, cuando el cielo se ve de diferente color. Nos tiran de la cama, nos caemos, nos echan de una patada y nos vamos a la calle. Somos la movida invertida, cambiamos el chupito por el café y testamos las primeras claridades del día. Da igual que sea Nochebuena, Nochevieja o Navidad. Nos despertamos antes del día, al revés del solsticio y damos el primer paseo como quien descubre un mundo nuevo. La ciudad a esas horas está solo puesta para nosotros, nuestra mirada. Se muestra desnuda como un amante pasajero de invierno que se da la vuelta en la cama. Nos llaman raros, pero el día se disfruta de inicio y tomas ventaja.

Es cierto que a la noche trocamos en fantasmas o casimiros, que se lavan los dientes, se van a la cama. Pero la grandiosidad del despertar es un salmo resplandeciente. La luz de la mañana es la poderosa mano del Creador que anuda la suya con la del hombre, como si de una Capilla Sixtina se tratase. Es la Naturaleza impávida, sin tocar, enormemente cegadora, del brillo de la niebla rota por el sol. El cazador madruga y es un gran ecologista, en contra de lo que dicen los cenizos de manual que anidan escondidos tras los tresillos de salón. Este año Veinte se cumplirá el aniversario del nacimiento de Miguel Delibes, uno de los grandes narradores del siglo pasado, periodista y cazador. Su diario es una de las grandes antologías del castellano, que encierra la gran riqueza del lenguaje cazador, sus usos y costumbres. Hasta para escribir bien hay que madrugar. O trasnochar borracho, que también vale.

Los más clarividentes son los que van a andar, correr o hacer ejercicio. La Vía Verde de Ciudad Real o el Valle en Toledo son dos grandes escaparates de madrugadores. Cuando nos cruzamos, los pensamientos van, vienen y vuelan. “A este le ha dado un apechusque, este casi estira la pata, seguro que tuvo un infarto”. El deporte he descubierto con el tiempo que es liberador, en contra de lo que yo pensaba. Andas, corres, trotas y tu cabeza se despeja y cambia. Bajan las ideas de golpe, como si entraran de repente por los orificios nasales de una respiración completa. Eso, o que hacemos de la necesidad virtud y nos lo creemos. Pero no, la vuelta al Valle por ejemplo a primera hora del día es uno de los acontecimientos más bellos de la Humanidad. Y la vista está preparada a esa hora para admirar completa la hermosura milenaria de la ciudad. Toledo se muestra entonces majestuosa, entre la niebla, como si bailara entre finos velos y fuese a deslizar su guante por un brazo poderoso igual que Rita Hayworth. Las piernas se aligeran y la mente se ennoblece. Creo que el Rey Moro madruga desde su peña para volverse a quedar de nuevo.

Los madrugadores llegamos al mediodía con varias cabezas de ventaja sobre el resto. La mañana es depredadora, somos killers, nos comemos el mundo y sus tentaciones. Por la tarde, en cambio, descendemos paulatinamente por la pendiente del sopor y acabamos siendo piltrafillas. Hasta volver a resucitar al día siguiente. A ver si llega la república con las claritas del día y le vemos mejor sus debilidades. Aunque anochezca sobre España, siempre quedará la resistencia de los madrugadores.