Enrique Belda

LOS POLÍTICOS SOMOS NOSOTROS

Enrique Belda


Respetar los símbolos y los dioses es también para usted

08/10/2019

Cuando en el último día ‘nacional’ de Cataluña, unos activistas interrumpieron el acto central de homenaje con la emisión, desde un hotel cercano, del himno de España, millones de españoles y de catalanes sintieron un recóndito placer al ver las caras de rabia de muchos políticos independentistas, habitualmente intolerantes, que protagonizaban el evento de recuerdo a los referentes y símbolos de esa tierra. Nos tienen estos supuestos servidores públicos muy cansados y la gente tiende a reaccionar con las vísceras. Pero si lo piensan un momento, tanto el acto de los reventadores de simbología, por sobrados motivos que esgriman, como el contento de muchos ciudadanos, se está edificando sobre un desprecio a buena parte de la simbología y los valores de España. El himno estatutario de Cataluña y su bandera oficial, son también símbolos españoles, que merecen y gozan del respeto de cada vecino de nuestro país, aunque sea de Ayamonte o de Corral de Calatrava. ¿Es que ser tolerantes nos convierte en más tontos? No: la única fuerza que tenemos los demócratas es, precisamente, que no somos iguales ni actuamos como los que tratan de imponer sus ideas al margen del derecho, a todos los que les rodean. Es muy similar al comportamiento que ciertos europeos (entre los que nos encontramos) tienen, a la hora de enjuiciar los desajustes de convivencia entre los musulmanes que van llegando desde hace lustros y los habitantes de rasgos caucásicos y base filosófica cristiana: no es de recibo que nosotros impidamos sus costumbres y sus cultos alegando la falta de reciprocidad hacia nosotros en sus países de origen y ascendencia. Ese y no otro hecho, el que aquí (en principio) no tratamos a la gente igual que ellos, es lo que les empuja a quedarse con nosotros, por lo cual resulta intelectualmente muy pobre atacarles con las carencias de los sitios de los que reniegan. O en esta sociedad nos ponemos a pensar las cosas, aparcando intolerancias, nacionalismos y simplismos; o acabamos perdiendo el criterio y encumbrando las apariencias. Apartando la razón y la mesura, llegaríamos a desacreditarnos como sociedad democrática dando la razón a los intolerantes (nacionalistas catalanes o islamistas radicales, en los dos ejemplos que pongo), que nos combaten. Si solo tenemos la ponderación y la perdemos, nos ponemos a su mismo nivel, y así ganarán ellos, que tienen más práctica en las aguas turbias.