Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Misa

08/10/2019

Por fuera, la iglesia de Nuestra Señora de Sablón es una hilera de agujas; por dentro, un manojo de nervios de piedra y ventanas de colores que se disparan hacia lo alto. Detrás de la iglesia hay una plaza donde las gentes de almoneda comercian con porcelanas baratas, cucharillas de plata y cosas curiosas de los bisabuelos, y desde donde la lluvia y el viento me han empujado hasta la misa de las doce. Dentro de la iglesia hay unas sillas espartanas, sin reclinatorio, algo bajas. Hay tres cuartos de entrada. También hay cuatro hombres calvos, en pie, con abrigos caros, bajo un arco, a la misma distancia del altar que del sitio en el que me siento. Uno de ellos dirige mientras calientan las voces con cánticos en latín que se amplifican en las bóvedas y se extienden por todo el templo. A la espalda, colgado del coro como un ave disecada, el órgano rellena los espacios en los que el cura y los hombres calvos guardan silencio.
El cura entra por los pies, precedido por un monaguillo esbelto que calza zapatillas de baloncesto. Llegan al altar, iluminado por cirios y focos halógenos que resaltan el brillo de las pieles negras de ambos. Luego sigue toda la ceremonia en un francés de erres duras y africanas, sonidos coloniales, muy agradables de oír para un extranjero. Una mujer negra con el pelo tintado de naranja se gira y me da la paz. Por primera vez desde que estoy en Bruselas me relajo y descanso de caminatas, trabajo y lenguas extrañas. La arquitectura del lugar, el olor del incienso, de la cera quemada, la música barroca de la tubería del órgano, el escay del asiento, y el ceremonial tantas veces oído de niño parecen juntarse con el único fin de hacerme sentir bien. Entiendo todas las claves. No es algo que tenga que ver con la fe, que a saber en qué década desapareció, sino con una parte importante de lo que soy. Miro a mi alrededor y veo una gran afluencia de gente diversa, tal vez atraídos por el carisma del sacerdote, algunos orientales, emigrantes de generaciones o de sólo unos instantes, y puedo ver que en unos tiempos que se caracterizan por la división y los nacionalismos, aquí se está produciendo un pequeño milagro.
Nuestra Señora de Sablón es hermosa. Pocos turistas pasarán por delante sin hacerle fotos con el teléfono. Pero eso sólo es la mitad de la ecuación, en su interior, cada día se reproduce y salvaguarda una parte importante de nuestro patrimonio inmaterial como europeos, por muy ateos que seamos.