Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Sentirse mujer

11/02/2021

Cuando una va cumpliendo años, quemando etapas y  superando errores, aderezados con algún que otro acierto, adquiere una experiencia que se convierte en su más preciado tesoro. Así, sin fanatismos, desde la postura de una humilde periodista de provincias, analizando opiniones de sectores dispares, me he acercado al polémico borrador de la Ley Trans, que ha provocado el rechazo de feministas de toda la vida, referentes en la lucha por la igualdad de la mujer. Para mí, maestras.
No me van las etiquetas ni los vocablos estridentes y confusos, muy utilizados en esta singular confrontación generada por la ley de Irene Montero, experta en nada y maestra de todo, así que voy a lo mío: me causa estupor que, en este borrador, el sexo, definido por la RAE como «condición orgánica que distingue a los machos de las hembras», se difumine frente a una «identidad de género», que viene a decir que basta con sentirse hombre o mujer para serlo jurídicamente. Y más allá de lo que quiera expresar la ministra de la tarta y la niñera, lo que tengo claro es que nosotras, en femenino, no debemos traicionar a aquellas que se partieron la cara para lograr que las mujeres escalaran en una igualdad que aún no se ha conseguido, pero que ya es imparable. Lo cierto es que 45 mujeres fueron víctimas de violencia machista en 2020, son las chicas las que temen salir solas de noches ante posibles agresiones sexuales o es el desempleo femenino el que se sitúa cuatro puntos por encima del masculino. Estas son realidades sociales que, a veces, se han ido traduciendo en leyes para paliar esa discriminación. Conquistas arduas.
Junto a ello, para qué negarlo, las mujeres biológicamente contamos con una serie de características que nos diferencian de los hombres y que constituyen el origen de la vida. Esto es así: nosotras parimos. Y no cabe otra opción. En consecuencia, si alguien dice sentirse mujer sin haber sufrido los trastornos derivados de una menstruación o de la menopausia, a los que se pueden sumar, si una lo elige, los riesgos de un embarazo o un parto, lo menos que podemos pedir son garantías para compartir nuestros exclusivos espacios.
Si se necesitan decenas de informes para acreditar la dependencia, la discapacidad, la aptitud para determinadas tareas o los méritos para otras, qué menos que exigir a una persona que quiere cambiar de sexo los estudios de profesionales que justifiquen que su decisión está basada en argumentos sólidos, que no le dañarán ni psicológica ni físicamente. Lo contrario es una frivolidad, aunque el  mayor disparate de este borrador, es que a un menor, cuando a los 16 años no se le permite ni beber ni fumar, mientras se le obliga a ver su padre aunque sea un maltratador, se le dé el visto bueno, por gracia de Irene Montero, para pasar de niño a niña o la inversa, con los consiguientes tratamientos hormonales. Y si sus padres no lo aceptan, pierden la patria potestad. Pues miren, lo rechazo. Me niego a que los menores, que ahora parecen ser del Estado, se conviertan en instrumentos de las políticas de Podemos. Lo digo sin ánimo de sentar cátedra, pero siempre desde mi propio bando.