Ahora que nos citan para pincharnos vacunas, ahora que nos traen dinero en carretas desde Bruselas y nos prometen unos ‘felices años veinte’ -esperemos que no acaben en un crack económico y una guerra mundial como la última vez-. Ahora que el horizonte se despeja, ha llegado el momento de preguntarse cuándo volverá la normalidad más compleja de alcanzar: la de la movilidad internacional y la apertura fronteras.
La incertidumbre en Europa debería aclararse en un plazo que no se alargue más allá de 2022. A los vacunados, el pasaporte covid les permitirá moverse por el espacio Schengen como si no hubiese ocurrido nada. Volverán los viajes a Irlanda a estudiar inglés y a Florencia a pasar el fin de semana. Se podrán visitar los belenes de Múnich en Navidades y las cervecerías de Praga en agosto.
No es poco, pero es menos a lo que estábamos acostumbrados. Vagar por el mundo despreocupadamente va a tardar aún algunos años en volver, si es que vuelve. Para los que hagan el viaje a la inversa, las cosas serán mucho más complicadas. Cientos de millones de personas tardarán muchos años en tener acceso a una vacuna, con los efectos que eso significa sobre sectores enteros. Por poner dos ejemplos: nuestra agricultura depende de los temporeros extranjeros y nuestro turismo estaba cada vez más abierto a visitantes extracomunitarios.
El mundo se dividirá durante algunos años entre vacunados y no vacunados, y es previsible que muchos países aprovechen el resquicio para establecer otros controles, para pedir más datos, más información, más algoritmos... Para decidir quién atraviesa sus fronteras y quién se queda a pie de pista. Hace ya muchos años que es imposible perderse en una isla desierta. No quedan ninguna, y ya hay empresas que ofrecen una ‘experiencia’ de plástico en islotes despoblados del Pacífico. Dentro de poco no quedará tampoco ningún sitio en el que situar a Jason Bourne, ni al que fugarse cuando robas un banco o cuando bajas a comprar ¿tabaco?