Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


El silencio del Guadiana

10/01/2020

Desborda Peñarroya. Se agotan las Tablas. Quiero que despierte el Guadiana. Llevo años esperando. No me importa un poco más. Volverá, como lo hizo a principios de la década, y marcará su camino de agua azul y lenta. Porque ha llovido también sobre las tierras del Guadiana, sobre los territorios de ríos que ya sólo recuerdan y dibujan los mapas, ríos de la Mancha, canalizados, presos de la línea recta; secos, y exprimidos. Ha llovido sobre ellos, poco aún, pero el agua se ha ido a lo profundo de la tierra y espera su tiempo. Aún no es suficiente. Falta otro temporal, quizá dos. O tres. Esta primavera, puede que el otoño que viene. Y el agua bajará desde Ruidera y el Záncara  recuperará sus dominios, y volverá el Gigüela; y quizá saldrá de la tierra sólo por un invierno, quizá una primavera, rebosarán los ojos. Suficiente para dejar constancia en este tiempo de amnesia y abandonos.
Contemplar el resurgir del Alto Guadiana es como observar un milagro. La ultima vez en la primavera del año 2013. El Guadiana es el gran olvidado. Otro gran olvidado, Juan Benet, dejó escrito poco sobre el Guadiana en su Breve noticia sobre los ríos españoles. Juan Benet era de ríos grandes, embalsables, predecibles, trasvasables. El Guadiana es otra cosa. Y Juan Benet sólo lo comienza a entender cuando se hace grande, se normaliza como río ibérico en el portillo de Cijara. Conozco los dos Guadianas, los he recorrido, y sé que es el río más singular y perfecto de Iberia. Lo he visto zigzaguear  volcanes por el Campo de Calatrava, entrar en la Hoz aguas abajo de Puebla de don Rodrigo, un hilo de agua que rompe la piedra cuarcita, y llenar Cijara y Puerto Peña en un invierno. He cruzado Orellana y la Serena, he escrito junto a las fortalezas de la raya de Olivenza y el puente de Ajuda. He llorado Alqueva antes de ser Alqueva, cuando las motosierras tumbaban millones de encinas centenarias y las cigüeñas negras revoloteaban sin saber dónde posarse; y le he visto meterse espumeante por el Pulo do Lobo, camino de Sanlúcar del Guadiana, donde atracan al mediodía veleros pequeños, navíos de mar con banderas del norte de Europa.
Un río mágico. Pero me quedo con el otro Guadiana, el más delicado, el desguazado en el Campo de San Juan, en la Mancha, el que resurge en el Campo de Montiel, llena Ruidera y Peñarroya y se va a buscar el Záncara, la madre que se va haciendo por Alcázar y Villarta. Ese río posible, subterráneo, desaparecido, no por la sequía, sino por los motores, pozos y aspersores, por un uso insostenible del territorio. Veo en los telediarios que las Tablas se secan. Hablan de sequía. Pero no escucho a nadie decir la verdad: sobreexplotación de los acuíferos, nula política territorial. Las Tablas no son, no deberían ser un embalse, un respeto. Absoluto desprecio al territorio, al paisaje, a lo que avanzado el siglo XXI debería ser la conservación del río más singular de España, de los humedales más importantes del centro peninsular. El desastre del Alto Guadiana anticipó y marcó el camino al Mar Menor, la Albufera, Doñana... Seguimos en un tercermundismo ambiental. Nadie exige ya que vuelvan el Guadiana y sus ríos.
No sé si la nueva vicepresidencia para eso que han llamado Transición Ecológica y Reto Demográfico pensará en el Guadiana. Lo dudo. Pero debería. El Guadiana no existe. A Teresa Ribera le pedí en su día un gesto con el Tajo. No lo tuvo. Veremos a partir de ahora, con el frente que se abre con los nuevos Planes de cuenca y el engarce obligado de las sentencias del Supremo. Para el Guadiana no pido nada. Sólo tiempo. Tiempo. Porque desborda Peñarroya mientras se agotan las Tablas. Es la señal. Todo es un círculo. Los ríos y las aguas volverán.