Jorge Jaramillo

Mi media Fanega

Jorge Jaramillo


Sin criminalizar

12/07/2020

¡Qué complicado resulta todo en los tiempos que nos toca vivir! Y más ahora, cuando nuestros deseos por aprovechar el verano desplazan o relajan el principio de precaución frente al contagio.
El campo lo tiene más complicado porque es ahora cuando entra en ebullición y se prepara para recoger los frutos después de meses de esfuerzo, de incertidumbres, de un confinamiento repentino, mejor o peor llevado, de tantas dudas, de la suspensión parcial de su actividad, traslados limitados en uno o dos coches, pasajeros en diagonal, sin pisar el huerto, apurando para poner la última viña, con mascarilla o sin ella, con distanciamiento al aire libre, y mucho hidrogel.
Todo era nuevo, y nuestra conducta tuvo que amoldarse a las exigencias de un Real Decreto Ley para saber que ya pocas cosas serán como antes. Y como seguimos en guardia, la recolección del ajo -que supera ya el ecuador de la campaña y arranca con el morado- era la prueba de fuego para una región como la nuestra que llega a emplear a 45.000 personas en el pico alto de actividad como representa la vendimia, cada vez más cerca.
Hace unos meses todo eran preguntas, todo decisiones rápidas, ambiguas o confusas para buscar en medio de la tormenta, las respuestas y alternativas más viables que permitieran seguir alimentando al mundo mientras no consiguiéramos doblegar aquella maldita curva. Y ocurría además al tiempo que los productores terminaban de coger la aceituna y guardaban las tijeras de podar para iniciar, pocas semanas después, el trasplante de las matas de melón y sandía que, en diez días, comenzarán a cortar para amontonar en lo alto del remolque.
En este sentido, el tiempo acompaña, y no solo por las temperaturas que animarán el consumo de esta fruta refrescante, sino porque también, aparentemente, y pese a los rebrotes, las cosas no parecen que vayan muy mal a día de hoy.
Sin embargo, no hay que descuidarse. Y mucho menos cuando los casos de la comarca de Segrià en Lérida, como antes ocurrió en Torre Pacheco, Murcia, volvieron a poner el foco sobre la nuca del sector como si fuera culpable de los más que previsibles contagios.
Han de saber que, salvo excepciones, como hay en todos los oficios, el agricultor es cumplidor, metódico, disciplinado, obediente y comprometido. ¿Hay gesto mayor que desafiar a un virus tan peligroso para que la cadena funcione en plena pandemia? No creo que nadie se merezca verse criminalizado por el hecho de que algunos de los casos estén relacionados con campañas agrícolas.
Porque siendo este un hecho y un dato objetivo, al final, si simplificamos tanto, la mirada va al de siempre: al empleador agrícola que ha tenido que localizar los temporeros, facilitarles alojamiento, coordinar sus desplazamientos y pasar antes varias malas noches hasta tener la garantía de que contaba con todos para sacar adelante el fruto de todo un año. Y asumiendo que nadie debe rebajar controles, hay un elemento que deberíamos tener también presente como nos han recordado ellos mismos desde los surcos de Las Pedroñeras donde procuran que entre las ‘cuadrillas burbuja’ (mismos temporeros desde el primer día de recolección) haya mas distancia que antes, o no coincidan en las horas de comida.
Pensemos que después del duro jornal hay vida, y esta solo pertenece al individuo. Complicado dirigir sus movimientos cuando abandona el tajo.