Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Que la vida iba en serio…

30/01/2020

‘Que la vida iba en serio…’ Este comienzo de un archiconocido poema del pasional Gil de Biedma es lo primero que pensé tras conocer la pérdida repentina de María Ángeles Santos Martínez. El discurrir de la vida no propició que llegáramos a encontrarnos, aunque durante una temporada nos reuniéramos cada jueves en estas páginas sin proponérnoslo. Vayan con estas primeras líneas mi reconocimiento, respeto y admiración por su trabajo y mi pesar por su ausencia.
No es nuevo que las organizaciones profesionales agrarias reclamen a las autoridades y protesten ante la sociedad por el continuado incremento de costes que hace peligrar su actividad. Les es difícil repercutirlo, puesto que los precios al productor están estancados desde hace años. Por eso, nos recuerdan que mucho se debe a obligaciones de carácter medioambiental y de seguridad alimentaria con las que sobradamente cumplen con su función social. En esta ocasión, además la EPA refleja el efecto en el empleo agrario de la subida del salario mínimo interprofesional.  
Ciertamente hay un amplio margen entre los precios que perciben los productores y lo que pagamos los consumidores por los alimentos. Lógicamente la transformación y la comercialización conllevan costes que se van sumando  pero, aun así, no es menos cierto que el gasto que dedican las familias a la cesta de la compra va teniendo cada vez menos peso en la economía familiar. Los alimentos son más baratos y más accesibles gracias a la investigación científica y la tecnología que han aplicado los profesionales del sector con el fin de alimentarnos. No hace mucho, solo hay que escuchar a nuestros abuelos, el problema de la mayor parte de la población era conseguir alimento. Esta facilidad para encontrar productos frescos, sanos y variados en cualquier estación del año, en casa y a un precio más que razonable nos ha hecho poco a poco perder conciencia sobre el valor de los alimentos y sobre el trabajo de quienes los producen. A lo que se suma, en mi opinión, la cada vez más clara y nítida frontera entre la cultura urbana y la cultura rural. No se suele estar dispuesto a pagar lo que ni se conoce ni se valora.
Muchos habitantes del planeta siguen teniendo como principal ocupación buscar qué comer y prácticamente les lleva todo el día preparar su comida. Recuerdo un viaje a Burkina Faso, conviviendo durante algunos días con la gente de los poblados. Sin más luz que la natural, se levantaban al amanecer. Unos iban a cultivar o a cazar. Otros, mientras se encendía el fuego, traían panochas de mijo, no había más para elegir, de los graneros donde las guardaban de los animales. Desgranaban y molían horas en grandes morteros para obtener la harina que amasada cocían. Comían y para entonces casi se había hecho de noche. A esperar un nuevo día y vuelta a empezar.
La división del trabajo propia de las sociedades desarrolladas permite que muchos nos dediquemos a mil cosas porque hay unos pocos que se ocupan de nuestro sustento a los que deberíamos cuidar mejor.