Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Teatro

08/12/2020

Si Alonso Quijano hubiese nacido en nuestro tiempo es probable que fuera mujer. Si hacemos caso de las encuestas de hábitos de lectura, sólo una mujer podría perder la cabeza leyendo novelas sin parar, alimentándose de páginas llenas de aventuras, intrigas y amoríos. Esa mujer, de vida vivida en la zona de penumbra que separa realidad y ficción, de carnes enjutas, cabellos blancos, ojos inyectados en brillo por el mundo revelado gracias a los libros, no tardaría en buscar un atuendo apropiado y lanzarse a desfacer entuertos por las calles de la ciudad.
Existe. Se llama Ángeles Carmona y se la puede ver en los alrededores de la catedral. Es muy posible que haya elegido ese barrio porque es el frecuentado por los turistas, pero yo quiero pensar que se debe más a que Cervantes sitúa allí el rescate de unos pergaminos con la historia de Don Quijote, escritos por un misterioso Cide Hamete Benengeli, que parecían condenados a envolver saquitos de especias. Sea como fuere, un día, tras haber agotado las obras de Góngora y Cervantes, sintió que era dama andante y halló en el ropero las vestiduras precisas para cumplir con los preceptos de la caballería. Una camisola blanca, unos pantalones anchos rodilleros, medias oscuras y brillantes zapatos, tan duros que, a falta de caballo, tronaban sobre los adoquines del suelo toledano como si fueran los cascos del mismísimo Rocinante. Se armó con una coraza y una rodela fabricadas con hueveras de cartón, y un plumero desplumado a modo de espada. Tras cubrir su testa con un embudo y elevar el volumen de su voz con un micrófono, salió en busca de aventuras.
«En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme y ustedes tampocooo…», comienza a declamar con pronunciación y entonación académicas. Y sigue con el capítulo, y con otro y otro más, en español, inglés, francés. Ahora trota sobre sus zapatos negros, ahora persigue a un viandante tímido al grito de «Non fuyades, malandrín, que un solo caballero es el que os acomete». Ángeles es esencia de teatro, de aquel teatro moderno que nació en las plazas de los mercados, con actores que habían tenido abuelos juglares que cantaban las gestas del Cid, con espacios escénicos construidos con mantas colgadas de una cuerda. Alguna buena amiga me ha dicho que siente escalofríos de temor cuando la ve actuar, que la toma por loca. Todo un piropo, pues de un loco habla.  Pero si eliminas el patio de butacas, los telones, la música de fondo, los cartones pintados con paisajes artificiales, el mobiliario de atrezo, ¿qué queda de un espectáculo? Lo que queda es la actriz y la obra. Lo que queda es teatro destilado.