Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Juana de la Encarnación

22/07/2020

La historia de Toledo está llena de grandes figuras, muchas de las cuales yacen en el más absoluto de los olvidos. Un olvido que afecta especialmente a las mujeres, como se manifiesta en la ausencia de monumentos conmemorativos incluso de aquellas que han logrado colarse en el recuerdo colectivo, como María Pacheco.
Una de esas grandes figuras desconocidas es sor Juana de la Encarnación, monja jerónima del convento de San Pablo, que vivió a caballo de los siglos XVI y XVII, en ese Toledo que, alejada ya la corte, aún se mantenía como uno de los más importantes focos artísticos, culturales y espirituales de Castilla, con la figura portentosa de El Greco embelleciendo iglesias y conventos de la ciudad.
La historia toledana guarda muchas sorpresas para quienes amen nuestro pasado. Descubrí la fascinante personalidad de sor Juana gracias a la edición que de su Libro de Oración Mental realizó en 2013 Roberto Jiménez Silva, publicada en la editorial Ledoria. No me voy a referir a él, pues quien tenga interés en conocerlo puede hacerlo a través del estudio del profesor Jiménez Silva, sino a la autora, muestra significativa de las sorpresas que nos depararían el estudio de la vida religiosa femenina en las clausuras toledanas, en un momento en el que muchas de ellas corren el riesgo de desaparecer, arrastrando una pérdida irreparable no sólo del patrimonio religioso de Toledo, sino del cultural, material e inmaterial.
Juana Méndez de Chaves, pues ese era su nombre completo, nació en Toledo en 1568, siendo sus padres Juan Méndez e Isabel de Chaves. Quinta hija de las seis que tuvo el matrimonio, además de un varón, desde pequeña sintió la llamada a la vida religiosa, siendo influida por su relación con la Compañía de Jesús, recientemente instalada en Toledo. Su decisión de entrar en el convento de San Pablo se debió al pasar junto al mismo y oír cantar a las religiosas. Se acercó a hablar con ellas  y de este modo cambió su primera intención de entrar en la vida conventual como religiosa franciscana. A los 18 años de tomar el hábito, tras una dolorosa enfermedad que la puso en trance de muerte, comenzó a reflexionar sobre la oración mental. Tres años más tarde, por consejo de fray Bartolomé de Alcalá, empezó a meditar sobre los evangelios y a poner por escrito sus pensamientos acerca de la oración. Sacristana y tornera de la comunidad, no olvidó dedicarse a la escritura, comenzando el Libro de Oración Mental en 1623. Además de éste, escribió, junto a numerosas cartas, varias obras que se conservan en el archivo del convento de San Pablo. Falleció en 1632 y su cuerpo, inhumado en un rincón de la sala capitular, fue hallado incorrupto.
Sor Juana es un ejemplo de la rica vida espiritual e intelectual de nuestros conventos en el Siglo de Oro. Un aliciente para su estudio e investigación.