Juan José Laborda

RUMBOS EN LA CARTA

Juan José Laborda

Historiador y periodista. Expresidente del Senado


Villalar como símbolo actual (I)

30/05/2021

Al iniciarse la transición, Villalar volvería, como era lógico, a activarse como símbolo de la reivindicación de las libertades democráticas. Pero iba a ser otra historia. Villalar iba a ser el símbolo de las exigencias de autogobierno de la oposición democrática regional, pero ese símbolo tendría ecos de crucifixión. Y no especialmente por ser el lugar del martirio de los jefes comuneros, sino porque al ser apreciado como un símbolo regional, ni sería reconocido por los que, por ejemplo, discutían desde la izquierda la necesidad de integrar a León en el proyecto autonómico, ni por quienes desde el primer momento desconfiaban de un proyecto de autogobierno que pondría en peligro intereses conservadores en Castilla y León. Las vicisitudes de la leyenda y del culto a esa especie de Gólgota regional resumen la historia de la región, y en cierto modo, la explican.

Aún antes de que los partidos de oposición al franquismo confluyeran en organismos comunes, el Instituto Regional Castellano Leonés apareció en el escenario de aquellos años de la transición como lugar de encuentro de personalidades regionales democráticas, con representantes de los todavía ilegales partidos políticos. Formó parte del Instituto, Luis López Álvarez, cuyo poema Los Comuneros (1972), había sido heraldo cultural del sentimiento regional. La función que el Instituto jugaría, por emplear la expresión orteguiana, como truchimán de la conciencia y de las instituciones regionales, ya ha sido estudiada recientemente por diversos autores.

El Instituto concibió, gracias a la visión racional de economistas, historiadores y geógrafos de las universidades de la región, un mapa político de Castilla y León que es el que finalmente cristalizó en el Estatuto de Autonomía. Desde el primer momento, el Instituto detectó que un proyecto regional basado en modernos principios federalistas, tropezaría con resistencias historicistas que pronto surgirían en León, Segovia y Burgos. Esos rasgos caracterizaron a Alianza Regional de Castilla y León, el contrapunto del Instituto. Promovida por un jesuita universitario, Gonzalo Martínez Díez, historiador del Derecho, y amparada por la ley de asociaciones políticas del año 1974 (gobierno de Arias Navarro), encontraría, en un primer momento, el respaldo del residual carlismo político regional, representado por José María Codón, presidente de una entidad católica provincial de ahorro.

El líder de la Alianza escribió por entonces un libro, significativamente titulado: Fueros sí, pero para todos, y en un sonado acto celebrado en Burgos, Codón reclamó la castellanidad de Valencia en nombre del derecho de conquista del Cid Campeador. Puede sonar a cómico, pero esa oposición entre Constitución, como idea de la libertad, y los fueros, como idea de la tradición, se remontaba a las Cortes de Cádiz, y con otras voces y otras palabras en ese antagonismo se iba a jugar el futuro regional.

El Instituto Regional y la Alianza Regional evolucionarán a partir de las primeras elecciones hacia su desaparición. El canto de cisne del Instituto sería la consecución, en 1983, de un estatuto de autonomía que comprendía el espacio regional que fue imaginado en los primeros momentos de la transición por el reducido grupo de sus miembros. La Alianza Regional, aislada completamente de la dinámica política que se abrió con la constitución, en el otoño de 1977, de la asamblea de parlamentarios de Castilla y León, y la formación del primer Consejo Preautonómico después, no sucumbiría a las tentaciones provincialistas que, como herencia suya, la derecha política, derrotada en las urnas, abriría por doquier. Puede parecer asombroso, pero tiene su lógica, que en el Villalar de 1978, los miembros de la Alianza, aliados con el maoísta Partido de los Trabajadores, recibirían con gestos hostiles al senador Francisco Vicente Domínguez (UCD), el primer presidente del Consejo Preautonómico, quien contaba con el apoyo de los dos partidos parlamentarios de la región (UCDPSOE). Fue también lógico que en aquella ocasión, un destacado miembro del Instituto, el historiador Julio Valdeón, evocase en la campa de Villalar lo que significaba para la naciente región la rebelión comunera del siglo XVI.

Reducido a símbolo regional, Villalar fue también un referente con el que el Instituto Regional fomentó la emergencia de una conciencia regional. Aunque el Instituto defendía racionales ideales democráticos y constitucionales, y no consideraba en absoluto propuestas sentimentales asociadas a tradiciones forales y medievales, la lucha comunera estaba llena de sugerencias sobre lo que podía hacerse en una región que había sufrido las políticas económicas de los gobiernos de Franco y que, a la vez, había cargado con la imagen de haber sido el más firme apoyo social de su régimen dictatorial.

En realidad, el problema residía en que perdida la condición de referente nacional, la gesta comunera dejaba de ser un símbolo político, para convertirse más en una protesta contra el subdesarrollo regional. En los años sucesivos, la concentración del 23 de Abril fue incrementando su potencial de denuncia y reivindicación en esos términos. Pero en 1981, tras el intento de golpe de Estado y la sustitución de Suárez por Calvo Sotelo en el Gobierno, el PSOE y la UCD firmaron los llamados pactos autonómicos: Castilla y León afrontaba por primera vez, con claridad, dotarse de auténticas instituciones autonómicas. Villalar parecía ser un símbolo compartido. Pero no fue así.