Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Gorriones albinos

25/08/2020

Charo, mi maestra, escribía de una forma peculiar: sujetaba el bolígrafo haciendo una pinza con los dedos índice y corazón, y aseguraba la punta con la yema del pulgar. De esa rareza nacía su escritura vertical, redonda y enlazada, inconfundible. Los primeros días de clase, Charo ponía el nombre y primer apellido del alumno en cada libro de texto para que no se perdiera en un jaleo de pupitres. Los libros dejaban de ser una repetición del mismo al tener una impronta distintiva. A gestos como ese les atribuyo la importancia que siempre le he dado a la diferencia, a las características que hacen a un individuo destacar entre la multitud.

 

Detrás de la Consejería de Educación y Cultura hay un patio alargado sembrado de cactus, y la acera está sombreada por las copas de una hilera de plátanos. Ese pequeño rastro de naturaleza en un barrio de cemento y alquitrán atrae a las lagartijas, los escarabajos y a una bandada de gorriones. Desde hace unas semanas, la bandada es más visible que nunca porque hay un gorrión albino. No sé si ese pájaro es consciente de que es distinto, pero su presencia hace más notable al grupo. Algo parecido sucede en el interior del edificio donde entre la marea de funcionarios grises, si se mira con atención, se pueden ver gorriones blancos. Hay uno que en su tiempo libre escala riscos para fotografiar orquídeas; hay otro que escribe novelas y tiene todo el cine del gran Hollywood metido en la cabeza; aquella es una pianista plurilingüe con los ojos puestos en Europa; la de más allá escribió un cuento infantil que vendió miles de copias; ese otro se ha recorrido medio mundo en solitario y sabe lo que es dormir en medio de la selva. No resulta sencillo entender qué es lo que hace toda esa gente camuflada bajo la pinocha de trámites y procedimientos administrativos, atados a una mesa por la dictadura de un reloj.

 

El libro que tiene mi nombre escrito por Charo en la portada se llama “Senda”. Dentro hay pedazos de grandes lecturas. Hojeándolo me detuve en un cuento de Ramón Gómez de la Serna, que va de unos niños que atrapan un saltamontes y lo pintan de rojo con una pastilla de acuarela para hacerlo más hermoso y darle distinción. Luego lo sueltan en un camino y se dan cuenta de su error cuando un pájaro se lo come al instante porque es una presa demasiado llamativa. Ahí está la moraleja de lo que les pasa a los diferentes, a los que destacan sobre el resto, a los que brillan con luz propia. Los funcionarios lo saben. Saben que un gorrión blanco no dura mucho en un ecosistema de tierra seca y pájaros marrones.