Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


La casa sin barrer

11/11/2021

Desde hace tiempo vivimos sobre una montaña rusa que presenta un gran inconveniente: va subiendo, subiendo y, de seguir así, puede ascender hasta el infinito. No baja. Y nosotros sin ver la luz, inmersos en una nebulosa que hace imposible vislumbrar un futuro cierto. Ésta es la sensación que me queda ante los acontecimientos que se suceden en esta distopía que se nos escapa de las manos. Si algún psicólogo o psiquiatra tiene a bien interpretarla, yo encantada.
Les cuento los motivos de este sinvivir: el mismo gobierno que nos sometió a unos cuantos estados de alarma inconstitucionales, y no pasa nada por cierto, que no sabe cómo reaccionar ante la subida de la luz, que mira de reojo los precios desbocados de los combustibles o que propone que paguemos por autovías en un ardid torticero e insultante, ha resuelto en menos de quince días un asunto que les interesa a los ayuntamientos, de uno y otro bando, eso sí: el impuesto de plusvalías. La ministra Montero, qué decir de esta señora y sus expresiones, ha diseñado una norma que, espero sea recurrida si es susceptible, con una chulería que entusiasma a los suyos y deja boquiabiertos a muchos españoles, incautos, que han estado nutriendo a sus ayuntamientos de un dinero que se cobraba a mansalva, sin razón, y que se mantendrá en las arcas municipales porque el Tribunal Constitucional ha tardado nada menos que cinco años en dictar su sentencia. Así funciona este país, con una voraz avaricia por parte de las administraciones que luego, eso es lo peor, derrochan ese dinero con un descontrol rayano en la desfachatez.
Claro, algunos de ustedes podrán argumentar que esos fondos que reciben los consistorios de cada operación que realizan los sufridos vecinos son los que luego revierten en forma de servicios, transportes, obras… Lo malo es cuando compruebas, caso de Toledo, que la señora alcaldesa, que puso el grito en el cielo ante la anulación de las plusvalías, no ha demostrado similar diligencia a la hora de resolver los problemas de su ciudad, aunque dispone de fondos suficientes para resolver unos cuantos asuntos. Y eso no lo digo solo yo, que no hace falta más que darse una vuelta por los barrios, hablar con los vecinos y comprobar el estado de desolación de las vías y la indignación de los residentes, salvo los abducidos por la doctrina tolonista, muy respetables también.
Si pagamos impuestos, tenemos derecho a exigir. La comunicación de este equipo de gobierno con las asociaciones de vecinos es poco fluida, por decirlo de manera suave. Inexistente en algunos casos. Aquí también se premia al que elogia a la alcaldesa. Cuando en un Ayuntamiento se conceden las inversiones de unos presupuestos presuntamente participativos en función del número de residentes en un determinado barrio, puede ocurrir que la injusticia se mantenga y se perpetúe, como la subida de esa montaña rusa de la que no podemos bajar. Y esa sensación se extiende en Toledo, envuelta en el halo que parece rodear a la alcaldesa y que pretende extender a otras urbes donde a menudo se desplaza mientras tiene la casa sin barrer. Curiosa expresión que me recordó un amigo y que hace honor a estos tiempos de confusión que sufre nuestra hermosa capital. Que este sinvivir no se eternice. Sería insoportable.