Pilar Gil Adrados

Entre Encinas

Pilar Gil Adrados


Sobre lo que parecía poco probable

20/10/2022

Entre vuelo y vuelo he podido terminar 'Memorias de un amante sarnoso' de Groucho Marx, libro que tenia esperando en el rincón de lectura desde hace tiempo. Una divertida serie de disparatadas anécdotas del genial cómico que, seguramente, ahora, dada la moralina reinante, recibiría la censura más despiadada y le señalaría para una pronta expulsión de la comunidad. Marx, que había sufrido en su persona las consecuencias  de la Gran Depresión de 1929 -sobre ello escribió en otras de sus obras 'Groucho y yo'- dedica a la economía uno de los capítulos. Dice que, en su época, la palabra economía, a su entender, carecía de significado íntimo y hogareño. Cuenta que mientras los periódicos informaban de que todo el país estaba abocado a un precipicio de deudas, el  gobierno «estaba entrampado hasta las orejas» y lo mismo le sucedía a la mayoría de los ciudadanos  acostumbrados a un ritmo de vida demasiado elevado, mostrándose, además, absolutamente indiferentes con el estado de la fuente de sus recursos económicos. Con mucha ironía, ante un comportamiento que no terminaba de comprender, Marx sentencia: «Soy de aquel tipo de personas que apagan la luz cuando salen de una habitación, y que cierran bien los grifos para que no pierdan agua. Estoy convencido de que, en mi caso, la economía es una tendencia inevitable, originada durante mi deficitaria infancia que no puede superarse…»
 Obviando, lógicamente, los extremos y que la situación actual pueda ser más proclive a que los distintos tipos de pobreza del Índice de Desarrollo Humano (IDH) por precariedad, por exclusión, por discriminación cultural o de género se extiendan y alcancen a más familias y más personas, es muy interesante observar las consecuencias inmediatas de la inflación. Los apuros económicos, fruto de la escalada de los precios, han acelerado la consecución de los objetivos de los planes estratégicos con los que, con el propósito de garantizar el futuro de la especie humana, las organizaciones internacionales y los gobiernos llevan décadas tratando de cambiar los hábitos y la conducta de la población.
Así, a pesar de las insistentes y persistentes campañas para concienciarnos de que el desperdicio de alimentos es irracional; de las ventajas de consumir alimentos locales y de temporada; de que hay que adoptar una dieta más equilibrada; de la utilidad de reducir, reutilizar y reciclar para disminuir el volumen de residuos; de la conveniencia de utilizar más energías renovables y disminuir los combustibles fósiles; del beneficio del empleo de los transportes públicos; de racionalizar el uso de la calefacción y del aire acondicionado, etc., puede decirse que han sido, hasta ahora, escasos y lentos los logros en estos ámbitos.
Han bastado unos pocos meses de encarecimiento del coste de vida para que mejorasen sus indicadores, puesto que ha sido forzoso el ahorro para empresas y familias, adelantándose, incluso, a las medidas excepcionales establecidas por los gobiernos para afrontar esta crisis.

«Han bastado unos pocos meses de encarecimiento del coste de vida para que mejoren los objetivos para garantizar el futuro de la especie humana»