José María San Román Cutanda

A Vuelapluma

José María San Román Cutanda


Lo esencial de la noche oscura del alma

22/03/2021

En mi primera juventud, leí por casualidad algunos fragmentos de un libro que encontré por casualidad en casa de mi abuela. Yo tendría, más o menos, unos quince años. Mi abuela dormía un poco después de comer. Y yo, que siempre he sido de sueño difícil, preferí dedicar un rato a la lectura. Curioseando los libros del salón, me llamó mucho la atención el título de uno de ellos, pero por el pensamiento despectivo que me generó de primeras. Se titulaba Sopa de pollo para el alma, y su autor era el escritor Jack Canfield. Pensé que sería algo así como un libro de autoayuda de estos que no pasan de la obviedad. ¡Qué gran error! Aquellas páginas contenían algunas reflexiones de esas que son sabias por ser sencillas y del día a día. En la página que abrí al azar, saltó un relato que, hablando de Saint-Exupéry, trataba sobre el valor de la sonrisa. Este fragmento se me quedó grabado: «Me gustaría que la gente pensara en que, debajo de todas las capas defensivas que construimos para protegemos, para proteger nuestra dignidad, nuestros títulos, nuestros grados, nuestro estatus y nuestra necesidad de que nos vean de tal o cual manera… por debajo de todo eso, sigue estando, auténtico y esencial, lo que somos. No me asusta llamarlo alma».
Con el tiempo, acabé leyendo el libro entero, y he leído después otros muchos libros que reflexionan sobre lo esencial, lo auténtico y lo vulnerable del ser humano. Una de mis conclusiones, de esas que te hacen madurar sin darte cuenta, fue que vivimos para experimentar, al menos una vez en la vida, una noche oscura del alma, como le ocurrió a nuestro San Juan de la Cruz. Si tenemos en cuenta que el de sentir es un atributo inscrito en lo más cardinal de la condición humana, resulta lógico pensar que, en algún momento, cualquier inteligencia se rinde al dictado de los sentimientos. En el fondo, lo necesita como el comer, porque ese fragmento es, quizá, el que hace verdaderamente único a cada uno. Más aún, sentir es una forma de sacar la cabeza sobre todos los enredos de este mundo nuestro de prisas y problemas y poder respirar profundo un aire lo suficientemente limpio como para limar las asperezas del corazón.
¡Qué importante es educar en sentimientos! ¡Y qué importante es educar en esa cultura del mirar más allá de lo que ven los ojos humanos! Y, en concreto, ¡qué importante es sentirnos dentro de esa metáfora poética tan rica que es la noche oscura del alma! Si bien es cierto que sentir conlleva observar con mayor nitidez la belleza con mayúsculas, esa que describió Dostoievski y que nos salva de nuestras propias tinieblas, también lleva consigo el observar con mayor nitidez la tristeza, la soledad y la desolación. Esa noche oscura en el alma de cada uno se nos hace demasiado presente, nos agobia y nos hace empequeñecer, aunque sea para luego engrandecernos interiormente, pues de la oscuridad más insólita puede nacer la luz más renovadora. Thomas Moore escribió que «hemos de aceptar la noche oscura y vivir en consonancia a ella, porque el alma se alimenta de la oscuridad tanto como de la luz». Por eso creo que la educación emocional es imprescindible en un momento histórico como el nuestro, donde la auténtica belleza y la auténtica felicidad están mucho más escondidas que de costumbre. La poesía ayuda muchísimo en esta tarea, porque nos hace adentrarnos en la visión que otras personas antes que nosotros dieron a su propio desasosiego, a su miedo a la realidad, a la expectativa de la victoria y a la certeza de la derrota. Educar en poesía, aparte de los matices pedagógicos y cognitivos que comporta, es una herramienta esencial para comprender el Todo, para hacer nuestro particular viaje a Ítaca. Solo con ese marchamo interior podemos meditar provechosamente estas noches oscuras en el alma, pues, como escribió el filósofo Eugenio Trías, «en esta vida hay que morir varias veces para después renacer. Y las crisis, aunque atemorizan, nos sirven para cancelar una época e inaugurar otra».
Conscientes de estos valores de la poesía, la Unesco declaró su día mundial el 21 de marzo de cada año. Aunque fue ayer, no he querido dejar pasar mi columna de esta semana sin hacer una reivindicación a esta forma tan perfecta de articular esencias. Una fecha que, por cierto, he visto demasiado poco celebrada en nuestro país. Me parece una grave injusticia a nuestro pasado, en el que autores como Garcilaso, Santa Teresa, Quevedo, Góngora, Lorca, Machado, Juan Ramón Jiménez, Salinas, Gil de Biedma o Alberti son referentes del arte de escribir. Pero además, me parece una grave injusticia a tantos poetas vivos que, a través de sus libros o gracias a sus canciones, están enseñando a sentir a generaciones enteras y que hacen que los versos no mueran en el fondo de una biblioteca ni se encorseten en topicazos esnobistas. Y, por supuesto, a tantos docentes y profesionales de las Letras que trabajan sin descanso para conservar, cultivar y difundir uno de los mayores patrimonios del mundo, que es el arte del verso. Esas personas, a veces tan poco reconocidas como sus versos, saben lo que es nacer y morir, y conocen la noche oscura y la belleza de las flores de las cunetas, y renuncian a parte de su intimidad para mostrarnos su visión de la realidad. Por favor, no dejen de leer poesía, de reflexionarla, de degustarla e incluso de llorarla. Y, sobre todo, transmítanla, porque harán de este mundo un lugar menos inhóspito y más humano.
En fin. Ayer fue, como he dicho, el Día Mundial de la Poesía. He decidido celebrarlo junto a ustedes, lectores y amigos, publicando por primera vez un poema de mi autoría. Yo no soy poeta, y no me considero como tal. Eso se lo dejo a los que saben escribir de verdad. Únicamente, soy un ser fieramente humano que ha sentido y siente con intensidad lo más profundo de la noche oscura del alma, que renace cada día gracias a esa introspección interior a la que nos conduce y que, por eso mismo, ha decidido unir palabras y aportar su personal visión de un momento de catarsis del que, ojalá, nazca un nuevo impulso de vida. ¡Feliz Día de la Poesía!

 

Viajar a la patria de mi soledad

 

Quizá, cuando tú regreses,
yo seré ya ciudadano
de la patria de Ítaca.
Quizá, cuando tú regreses,
nos separe ya el camino
donde Kavafis sintió la victoria.

 

Ojalá que, cuando tú regreses,
el viaje me haya revelado
los secretos más ocultos de mí mismo.
Ojalá que, cuando tú regreses,
mi patria sea la suave soledad
que abraza y reconforta al errático.

 

Porque cuando tú regreses,
encenderé mi hoguera con los árboles
que he cortado del jardín de mis días.
Porque cuando tú regreses,
mi fuego, alimentado de recuerdos,
dará el calor que necesita mi nuevo hogar.

 

Mi patria, cuando tú regreses,
será ya mi fin, mi meta, mi propósito,
el soplo vital que me toque cada día.
Mi patria, cuando tú regreses,
seré yo, renovado, desnudo al fin
de las oscuridades que me consumieron.