Ha intentado Pedro Sánchez trasladar la idea de que Ciudadanos y PP le han lanzado en brazos de los independentistas para lograr su investidura. Falso. Nadie comulga ya con ese argumento. Sánchez no ha intentado, ni de lejos, una oferta, un acercamiento, una mano tendida a los partidos del centroderecha. No entraba en sus planes. Tan sólo buscaba la escenificación de ese rechazo que nunca existió.
El plan primigenio de Sánchez era lograr el respaldo de Bildu y ERC. Está ya casi a punto de conseguirlo. Los separatistas catalanes ya le han ofrecido su abstención y casi su respaldo en la investidura. ¿A cambio de qué? Ya está hablado, cabe suponer. El guiño a Bildu en Navarra, con sillón en la mesa de la Asamblea incluido, es tan evidente que chirría. Estamos ante el gobierno Frankenstein-2, como diría el fallecido Rubalcaba. El peor de los escenarios posibles para España, aunque sin duda el más sencillo, accesible y confortable para Sánchez. Podemos más los separatistas vascos y catalanes, amen de los compadres de ETA. La misma compañía con la que llegó a Moncloa, que le apoyó en la moción de censura y a la que ha estado agasajando en este año en el Gobierno.
A nadie engaña Sánchez cuando lamenta que Cs y PP no vayan a facilitar su investidura. No ha enviado un maldito gesto hacia el centroderecha. Sánchez, como dijo en su día Zapatero, necesita que haya tensión para mantener viva la llama que le llevó a Ferraz primero y a la Moncloa luego. Se abrazará con lo peor del espectro político nacional. Pero lamentablemente, se encuentra cómodo en esa compañía.