Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


¡Qué verde era mi valle!

29/04/2022

Pese al mito de la perfección que defienden los totalitarios modernos, las personas evolucionamos con el tiempo. Esa flexibilidad mental no es una demostración visible de cinismo, sino un inteligente pragmatismo y es fruto del resultado de observar las consecuencias de nuestras ideas iniciales. Lo anterior no excusa la necesidad de tener unos básicos principios que guíen nuestro comportamiento.

Esta pandemia y la invasión rusa han sido especialmente crueles, porque nos ha cogido con los gobernantes más inanes posibles en el cargo y con una sociedad donde se prima la seguridad sobre la responsabilidad. La gestión de la pandemia se ha sustentado en una cobardía intelectual fruto de un cansancio vital en sociedades prósperas pero envejecidas. Sí, con los años el miedo y nuestras fobias pueden condicionar nuestros actos.

La invasión rusa, otro evento no previsto por nuestros dirigentes, han dejado al descubierto nuestras vulnerabilidades alimentarias, energéticas, logísticas, comerciales, defensivas, etcétera. He parado la enumeración porque la lista es larguísima. Los gobernantes se suponen que están para evitar dichas fragilidades del sistema. El problema es que los prejuicios y el dogmatismo corroen a la élite. Llevamos décadas construyendo un mundo idílico futuro y por el camino estamos destrozando nuestro presente. Por cierto, nadie ha pedido perdón por el drama provocado.

Se pensó que hasta la llegada de las vacunas, cualquier daño económico era moralmente aceptable. Un precio razonable que había que pagar, ya que la vida está por encima de la prosperidad. Esta inocente frase oculta que todo tiene un coste, solo queda determinar quién lo paga.

En Occidente, la élite política tiene una alergia compulsiva al sector privado, salvo para cobrar sueldos estratosféricos cuando dejan sus responsabilidades. Nos olvidamos que los recursos públicos vienen de los impuestos generados por el tejido productivo privado; sin su presencia no hay administración, pensiones, sanidad pública, escuelas, carreteras, etcétera. Espero que haya quedado clara la idea.

Al obviar que la iniciativa privada es solo una posibilidad, ignoramos por qué unas sociedades son prósperas y otras no. Cuando adulteramos el normal desarrollo de la economía tiene siempre consecuencias. Los ejemplos sobre las intervenciones en el tejido productivo son múltiples, pero en su impacto negativo en España, el silencio es abrumador. A las grandes corporaciones estos problemas no les afecta porque saben cómo influir sobre esa élite. El desprecio sistemático al sector privado es la antesala de la pobreza.

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