Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Muerte de Cervantes

05/06/2019

Me refugio de la canícula en el Mesón Cervantes de Esquivias después de pasear sus calles y visitar con mucho detenimiento la Casa- Museo Miguel de Cervantes.  Mientras llegan las ‘fabes con perdiz’ pienso en el viaje en burro que don Miguel hace, pocos días antes de morir, desde aquí, pueblo de su mujer Catalina de Salazar y Palacios, a Madrid. Ya estaba muy delicado de salud, como nos dice él mismo en el prólogo del Persiles, su última obra. Le acompañó durante buena parte del trayecto un estudiante de medicina, que diagnosticó a Cervantes hidropesía, retención de líquidos, y que le recomendó que fuera moderado en el beber: «Vuesa merced, señor Cervantes, ponga tasa al beber, no olvidándose de comer, que con esto sanará sin otra medicina alguna».
En Madrid su salud se agrava a marchas forzadas: experimentaba una irresistible debilidad y se le hinchaban el abdomen, las piernas, los brazos y el cuello, no podía respirar con normalidad. La llamada hidropesía es en realidad la consecuencia de la diabetes que padecía.
Tres días antes de su muerte, escribe la famosa carta al Conde de Lemos, aquella que empieza: «Puesto ya el pie en el estribo...» En ella también dice: «Ayer me dieron la Extremaunción; y hoy escribo ésta: el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir». En su lecho de muerte lo rodean su esposa Catalina Salazar, una sobrina y el cura Martínez Marsilla, amigo de la familia. Murió el viernes 22 de abril, a los 68 años, en su casa, situada en la esquina de la calle León y de los Francos, a la que se había mudado hacía poco tiempo.
Lo enterraron el día 23 de abril de 1616 en la Iglesia del Convento de las Trinitarias Descalzas, en la calle Cantarranas, en el mismo barrio donde vivía.
Los hermanos de la Venerable Orden Tercera de San Francisco, orden en la que había ingresado poco antes, transportan el cuerpo de Cervantes con un modesto sayal de mortaja y la cara descubierta, como era costumbre de esa hermandad. Fue enterrado humildemente y recibió sepultura sin lápida en una capilla pequeña del convento a la que se accedía por la calle de Huertas.