Alejandro Bermúdez

Con los pies en el suelo

Alejandro Bermúdez


Sigamos mordiéndonos la lengua

29/03/2020

Seguramente nos queda mucho para poder y deber decir lo que pensamos y para hacer la evaluación de nuestros servicios y nuestros servidores públicos. Ahora obedeceremos las órdenes que emanan del poder legítimo y si hace falta hasta los vitorearemos. Ya vendrá el verano, desaparecerá, espero, esta plaga “egipcia” y recuperaremos nuestra capacidad ambulatoria y sobre todo crítica.
La verdad es que esta situación es difícil para todos. Obviamente, infinitamente peor para todos los que están “en el frente”: sanitarios, policía, personal de alimentación, incluidos los panaderos, a quiénes nadie mienta. Pero tampoco es fácil para los que su principal obligación es no hacer nada. Les aseguro que me siento culpable y casi sin derecho a comer. No poder echar una mano me exaspera.
Pero como lo más torpe sería no aprender la lección de lo que estamos viviendo y sin entrar en la crítica directa a nadie, sí sería bueno que nos replanteáramos nuestra forma de hacer, de vivir y sobre todo de elegir.
Decía en uno de mis últimos artículos que los humanos, a base de bien vivir, nos habíamos empezado a creer dioses. Teníamos de todo y nos creíamos protegidos de todo. Hasta el punto de que el más nimio fallo en cualquier cosa nos daba derecho a considerarlo inaceptable. Ahora nos hemos dado de bruces con la pequeñez del hombre, engrandecida por su propia petulancia. Nos hemos topado con los muertos amontonados por falta de capacidad para enterrarlos; enfermos  hacinados esperando que la terrible elección vital que debe hacer un médico  le permita librarse del desecho y pueda ser mínimamente atendido; servidores públicos teniendo que fabricarse sus propios equipos de forma manual como solo hemos oído contar a nuestras abuelas…
Y lo peor de todo: dirigidos por personas elegidas desde la filosofía del “vale cualquiera” a quienes esta situación, absolutamente inesperada, les ha desbordado absolutamente.
Creo que esto nos hará aprender y, sobre todo, superar tanto complejo estúpido como ha cultivado esa  baratija filosófica de lo políticamente correcto, y, en el futuro, no nos dará vergüenza preguntarle a un candidato a lo que sea “si ha empatado con alguien alguna vez” antes de depositar en él nuestra confianza. Quizá nos haga preguntarnos por qué  quienes alaban tanto la sanidad, la educación y todo lo público, cuando tienen ocasión, huyen de ello como los gatos de los arcaciles y se refugian en el oprobio de lo privado.
Quizá esta tragedia nos haga preguntarnos si la situación de nuestros hospitales sería la misma si el encargado de los suministros hubiera sido, v.g., Amancio Ortega o cualquiera de tantos personajes que cada día se juegan su patrimonio al acierto de su gestión. Quizá todo esto nos lleve, aún sin saberlo, a regirnos un poco más por la lógica cartesiana y, como dice el propio Evangelio, dejarnos convencer más por los hechos que por las palabras.
En definitiva, estoy seguro de que la sociedad va a madurar. Siempre se ha dicho que se aprende más de un fracaso que de cien éxitos. La vida de regalo de que hemos disfrutado volverá, no duden que volverá y con creces, pero las personas no seremos las mismas. Por un lado seremos conscientes de nuestra propia suerte al pertenecer al grupo de los países que tenemos todo. Por otro, elegiremos mejor al «gerente» para no perderlo.