Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Último viaje

03/11/2020

Pese a que pudiera parecer que este año ha sido el menos halloweenero de lo que llevamos de siglo porque las calabazas siniestras no han abundando, ni los vampiros de metro y veinte se han prodigado aporreando las puertas y reventando los timbres en busca de una presa de regaliz, caramelo o chocolate, en realidad ha sido todo lo contrario. El terror lo ha inundado todo, ese miedo atávico al dolor y a la muerte que a unos les conduce a encerrarse bajo llave en el panteón de su piso, a lavarse las manos compulsivamente, o a ponerse una mascarilla sobre otra para frenar a la amenaza invisible entre dos filtros; y a otros los lleva a echarse a la calle para apurar la vida a bocanadas y que el fin los pille a cielo abierto. El terror es sádicamente adictivo y ahora estamos inmersos en él, sufriendo y disfrutando a la vez.

El ambiente tétrico se ha ido creando desde el mes de marzo, alimentado por la batalla de unos políticos que parecen orcos manejados por un oculto señor oscuro, y narrado por un doctor con nombre de juego de acertijos, voz de malvado y cabello de científico loco. Los muertos ya son un estrato social y los no-muertos se aferran a un respirador en las camas de las unidades de cuidados intensivos. Algunos diablillos dicen que consumamos para que la fiesta no pare, otros dicen que recemos porque el fin se acerca. Los disfraces son moda desde hace meses, aunque sólo como tapabocas y, curiosamente, entre los jóvenes predomina el negro.
En medio de este teatro macabro en que se ha convertido el mundo, el 31 de octubre, el escritor Javier Reverte, que recorrió el mundo con la excusa de contarlo a quien no quisiera tomarse la molestia de moverse de su sillón o de su cerrazón, emprendió su último viaje, uno que dudo mucho que pueda escribir y para el que no le han hecho falta cartas de navegación ni plumas Montblanc. Le acompañó Sean Connery, el hombre que pudo reinar, besó a Lady Marian, tuvo licencia para matar y supo morir acribillado en el Chicago de Al Capone; el actor que hacía invisibles al resto de intérpretes, aquel por el que pagábamos una entrada de cine sin mirar el título de la película; el galán que fue ganando apostura cuando se cargó de vejez. Reverte y Connery, dos contadores de historias, se citaron el mismo día para explorar la frontera desconocida y librarse del terror que paraliza a los vivos. A ese proyecto sólo le faltaba una banda sonora. Tal vez por eso, al día siguiente, Pedro Iturralde se recostó en la cama, echó un último vistazo al saxofón y al clarinete, y cerró los ojos.

ARCHIVADO EN: Viajes, Sean Connery, Cine, Moda, Teatro