Jorge Jaramillo

Mi media Fanega

Jorge Jaramillo


¿Cómo vivir ahora en paz?

03/05/2020

Aunque nos aferremos al deseo de creer que lo peor va pasando, realmente solo está en nuestra mano y depende de la actitud que adoptemos ante la desescalada, el éxito o el rebrote de un nuevo fracaso. Aunque parezca que otros vecinos europeos van por delante o por detrás en su individual aperturismo de negocios, movilidad, o relajación de fronteras, será más fácil llegar a buen puerto si coordinamos la previsible estampida.
Porque si no, hasta ver al menos unos resultados conjuntos, estaremos ciegos ante el espejismo y la variabilidad de los datos. De la misma manera que no se pueden poner puertas al campo, tampoco se puede controlar la expansión de un enemigo invisible de forma independiente en un mundo tan global.
El próximo miércoles será un día clave, la hora de la verdad, la hora de Europa. Será cuando la Comisión presente por cuarta vez, (la segunda del nuevo Ejecutivo en su recién estrenada legislatura), las perspectivas financieras que prevé para el próximo sexenio del que dependen también los fondos de la PAC (Política Agrícola Común).
Será la gran oportunidad, tras la fallida cumbre del 20 de febrero en la que los Jefes de Estado y de Gobierno perdieron la noche en balde sin acercar posiciones ante las grandes cifras presupuestarias del Marco Plurianual (MFP), para emplazarse de madrugada a un segundo round para la primera quincena de marzo. Nada hacía augurar que para entonces quedarían gripados los motores de la vieja nave por culpa de un virus cuyas partículas flotaban en el ambiente, saltaban de beso en beso, se multiplicaban de mano en mano, de aeropuerto en aeropuerto, manifestación o partido de fútbol.
Fue inquietante sin embargo comprobar la tradicional división entre norte y sur por las discrepancias para taponar el agujero del Brexit. Era la principal urgencia. Se trataba de mantener el gasto en el nivel que habíamos disfrutado hasta este mismo año o meter tijeretazos en políticas como la agrícola. Mientras tanto, Donald Trump añadía tensión y forzaba el adelanto de la negociación al ejecutar un castigo cutre por unas sanciones a Boeing, y llevando a la ruina a sectores como el del aceite de oliva que invirtió millones de dólares buscando el sueño americano.
Con la geogolítica como clave, y observando con cálculo los movimientos y las carantoñas que se hacían las dos grandes potencias unas veces amigas, otras enemigas, EE.UU. y China, se vaticinaba un escenario comercial interesante para el sector agroalimentario en general. Pero de la noche a la mañana, sin haber tenido tiempo para aparcar el tractor tras la última protesta, el planeta perdió la marcha y el motor entró en ralentí.
Tras el desconfinamiento, el campo confía ahora en poder ver un guiño hacia los que durante semanas se convirtieron en esenciales. A los que doblaron turnos para llevar productos frescos a la puerta de casa. A los que colmaron miedos con toda clase de bocados y caprichos de temporada, o traídos de las antípodas gracias a una cadena alimentaria eficiente que sostienen millones de personas que trabajan la tierra, el procesado, el almacenaje, la logística, la distribución y la dispensación al público.
Argumentos de sobra para que en medio del tsunami y del desastre económico, se incorporen al blindaje como un pilar básico de cualquier economía que ahora tendrá como prioridad atender a los de casa frente a un comercio internacional cortocircuitado por la pandemia. De la misma manera que ocurrió tras la Segunda Guerra Mundial.
No olviden que en medio de aquel desastre nació la PAC para alimentar a una sociedad en reconstrucción que como ahora la nuestra, pretendía recuperar la paz.