Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


Día a día

03/04/2020

Por la mañana enciendo temprano el ordenador. Me voy a Lituania, al nido de águilas reales en directo. Allí amanece antes, porque está más al este y más al norte, y anochece también más pronto, a las siete o siete y media de la tarde. Lo primero que hago es ver si las águilas continúan incubando los dos huevos del nido. Una pareja de águilas reales del norte, enormes, sobre todo la hembra. Y me lo dejo puesto de fondo, con un sonido envolvente que te lleva allí, a ese bosque de Lituania que a ver si me entero por dónde queda, a ese espacio donde el viento no para de cimbrear el pino que sostiene el nido, cuando llega a oleadas como el preludio de una tormenta y suena como en una película de Bergman.
Luego después, entre el trabajo y las clases, me pongo a ratos el nido de buitre negro de Rascafría, sobre un pino silvestre. Estos días de atrás, mientras aquí llovía y las nubes pasaban como rayos sobre la sierra de San Vicente, allí nevaba con fuerza y la pareja de buitres negros resistía bajo la capa espesa de nieve. Estarán incubando por turnos, pase lo que pase, cerca de dos meses. Y luego otros cuatro atendiendo al pollo hasta que eche a volar. Para mediados de julio o principios de agosto. Entonces, a más de cuarenta o cincuenta grados al sol, le protegerán, abriendo sus alas, como pantalla para proporcionar algo de sombra. El padre joven e inexperto, la hembra ya muy bregada, con la calva característica del buitre monje.
A veces vienen a verme los cernícalos, y cruzan entre los bloques, manteniendo a raya a las urracas. Miro por la ventana y navegan escuadrones de vencejos, alguna cigüeña blanca con material para el nido... y me quedo colgado con el juego de luces y sombras al atardecer sobre la sierra de San Vicente, mientras se van creando volúmenes y texturas como un cuadro o un relieve. A veces llueve, zurean palomas y tórtolas turcas, y los verdecillos toman su atalaya en los pinos y cipreses. Y al final de la tarde siempre espero que crucen las grajillas, las últimas de su especie que se van extinguiendo sin remisión, sin decir adiós, sin que nadie las eche de menos. Quedará su recuerdo siempre en mis cielos de invierno y en las cárcavas del Tajo, cuando las retamas se llenan de amarillo.
De tardenoche espero a que se le agote la batería a la cámara de los buitres negros. Irá con placas solares, supongo. Algún sonido apagado del bosque, algún reclamo. Llega la oscuridad. Dejo de trabajar, de dibujar, y ordeno cientos de libros en la biblioteca virtual. Cuando me canso cojo uno al azar y empiezo a hojearlo y leerlo. Se abre otra ventana. La ciudad duerme. Los buitres duermen. Las águilas duermen también en su norte lejano. Ya pronto amanecerá.