Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


García-Page y Viva el Rey

14/10/2020

Quedó claro en el pasado Debate sobre el Estado de la Región el posicionamiento y los anclajes de Castilla-La Mancha en la que está cayendo. Y no es nada fácil marcar posición en este maremágnum convertido por momentos en una prodigiosa ceremonia de la confusión en la que cada uno parece tirar del carro, que es necesariamente el de todos, en direcciones contrapuestas. Quedó claro que aquí no hay suscripción a la tarifa plana del gran ruido, posible en cualquier caso a costa de un Estado que está poniendo al descubierto sus grietas y sus incapacidades estructurales en una pandemia que nos deja ya con todas las carencias al aire y ante la necesidad imperiosa de abordar una gran tarea de reconstrucción, también de las instituciones, para la que se necesitan actitudes y aptitudes que no son las que más brillan.
Pero aquí seguimos transitando en un carril que sin pretender alzar banderas exclusivistas, sin grandes aspavientos, sirve de testimonio de un cierto sosiego, siempre complicado, en medio de las turbulencias. También es cierto que rige una mayoría absoluta que permite prescindir de componendas y cambalaches. Con un presidente autonómico, Emiliano García Page, que pide disculpas por los errores y pide ayuda a la oposición. Con un representante del partido de la oposición, Paco Núñez, que saca la espada afilada pero sin la maliciosidad impresentable que se gastan en la Carrera de San Jerónimo. Es como si Castilla-La Mancha, que siempre ha llevado a gala su compromiso con la Constitución, quisiera mostrarse en medio de la creciente polarización reinante como una gran llanura central en la que todo puede ser de otra manera. Como si el territorio menos propicio de España al aislamiento, por la posición central que ocupa, se convirtiera en una isla dispuesta a salvar los muebles de un Estado que ya hay quien califica como fallido.
Porque en el trance en que nos encontramos los muebles que hay que salvar son los del entendimiento mínimo y, si se quiere seguir adelante con el proyecto refrendado en 1978, habilitar carriles centrales de salvación urgente en los que quede fuera de duda el papel de la monarquía como clave de bóveda del entramado constitucional que nos ha dado años de sosiego. García-Page ha sido el único presidente socialista en ejercicio en ese video publicado por la plataforma Libres e Iguales en el que cada uno de los participantes ha entonado un Viva El Rey. Eso es importante porque, hoy por hoy,  es la única forma de salvar los muebles. Para otro momento deben quedar las discusiones sobre lo que tiene que hacer la Monarquía para salvarse o seguir en ese difícil equilibrio de ser una ‘monarquía republicana’, que dice Felipe González.  
Si la figura de Felipe VI se convierte en un amuleto de parte, sin que nadie del otro lado salga en su auxilio, el sistema ideado en 1978 está perdido. Porque ese sistema cuajó gracias al consentimiento de un PSOE que ganaba por mayoría absoluta en los cruciales años ochenta en los que se consolidó todo lo que nos ha servido. Si el PSOE no da la cara, o se pone de perfil en este momento de encrucijada, estamos abocados a vivir años de cambio de régimen con todas las tormentas, que están en nuestra atormentada esencia, de nuevo desatadas. Pedro Sánchez anda por los escenarios de la gobernanza múltiple entre Pinto y Valdemoro, es decir, sin querer molestar a ese lado de su aritmética de poder que tiene que ver con Pablo Iglesias y el independentismo. Y a este presidente del Gobierno básicamente lo que le interesa es mandar, estar en la Moncloa,  aunque tenga que tener de vicepresidente a una persona cuyo mayor interés, a falta del sueño dorado del mando supremo, es polarizar, crear enfrentamiento, dividir a una sociedad que ha conseguido avanzar, con tensiones pero con rumbo invariable, hacia las mayores cotas de prosperidad con libertad jamás conocidas en nuestra historia.
Lo hemos visto en el último 12 de Octubre. Un vicepresidente con una mascarilla republicana, postureando hasta la extenuación, saludando a duras penas al Rey, dejando claro que él está pero no está. Pablo Iglesias, al final, es un factor de división, pero también el estímulo imprescindible para que haya una izquierda que se vea ante la necesidad de gritar Viva el Rey. Lo sabe Emiliano García Page, y algunos otr@s, también dentro de un Consejo de Ministros que en ocasiones parece un camarote de los hermanos Marx donde se convierte en milagro que puedan entrar todos.