Miguel Ángel Flores

Amboades

Miguel Ángel Flores


Tiempos de tabernas

21/09/2020

Como ya he comentado alguna vez, según cuentan algunos del lugar, hubo una vez en una triste ciudad una taberna de vino, que se inauguró al filo del siglo XX, en el cambio del milenio. Con la intención de hacer ver, mejor dicho hacer sentir que el elixir que se tomaba en el Olimpo fuera eso, elixir para tener no solo el paso hacia un Campo Eliseo o al Parnaso sino, para crecer en cultura y conocimiento, tanto intelectual como espiritual; A la vieja usanza de las reuniones de todo tiempo que el ser humano, hasta que no ha tenido este ‘virtual’ contacto ‘global’ (internet), ha hecho cuerpo a cuerpo; desde las reuniones de la Antigua Grecia con sus ‘simposium’ o la vida de los Tracios, allá por el siglo V óVI antes de Cristo hasta llegar a las tertulias, pero las verdaderas y cultas tertulias de los cafés que en toda la vieja Europa, se daban hasta casi la Primera Gran Guerra, pero poco a poco se han diluido.
Cuentan que en esa ‘escondida’ Taberna, situada algo alejada de todo contacto con los mejores pasos de los ‘nuevos-viajeros-súper-guiados’ (turistas), se daban los mejores y más raros Vinos y líquidos afines derivados de los jugos y productos elaborados a partir de la uva, allí, no se servía otra cosa que solo Vinos, ni cervezas, ni refrescos carbonatados ni otras ‘cosas’ (gin-tonic). Todos esos vinos con algo de comida, siempre acompañados con una traducción técnica, o su significado, o con una buena tertulia de alto nivel intelectual… Pero también otros muchos más de esa triste ciudad (por experiencia o porque se lo hubieran contado), dicen que ‘esa’ Taberna, fue algo complicado o difícil él estar, porque el trato era chulesco y duro, e incluso algo mucho más fuerte, por lo cual y en efecto la mayoría de esa triste ciudad, nunca fueron y además contaban qué…
Por otra parte y para una minoría, una buena minoría que se sentía muy escogida, percibía que en aquel espacio no solo se podía beber vino; se bebía otra cosa mucho más indefinida que no se podía cobrar o hacer una valoración económica, de ello. Esa minoría además no era de la triste ciudad solamente, era compuesta por personas de todo el mundo, de toda la Tierra, que pasaban por allá y esa experiencia la iban transmitiendo a sus allegados, no de una manera ‘virtual’, sino cuerpo a cuerpo, para hacer visitar a sus allegados no solo a la triste ciudad, sino a la Taberna en concreto.