Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Transfuguismo

29/03/2021

Dice Toni Cantó, último tránsfuga de esta semana de horrores, que «él está donde estaba, que es el partido (Ciudadanos) el que no lo está», y se ha quedado tan pancho, mientras espera que el PP (su nueva opción) lo incluya en la lista de Ayuso, crecida, demasiado crecida para lo que le espera. Lo que debería tener en cuenta el señor Cantó, de profesión actor (en paro, claro), es que el argumento que exhibe es exactamente el mismo que pretextan los que, como él, dan un paso tan miserable en su devenir político. Justo lo que antes de ponerse de moda el término con el célebre ‘Tamayazo’, que dejó al ingenuo de Rafael Simancas compuesto y sin novia, se denominaba ‘cambiarse la chaqueta, o de chaqueta’. Y es que si algo tenemos claro los sufridos electores españoles en estos tiempos que corren es que el antiguo dicho de ‘Roma no paga a traidores’ es cosa superada.
¿Con qué cara se pasearán por Murcia ante quienes les votaron, si no, esos tres antiguos diputados de Ciudadanos, Valle Miguélez, Francisco Álvarez e Isabel Franco? Porque hace falta ‘morro’ para afirmar una cosa por la mañana y hacer lo contrario por la tarde: tal es la esencia de la traición. Y uno se pregunta, ¿merece la pena andar sumido en la ignominia años enteros a cambio de un vil puesto o de una suma considerable de dinero? Aunque aquí, como en todo, bien se puede decir aquello de que ‘la carne es débil’ y de que ‘hay gente pa tó’. Los hay que atribuyen semejantes conductas al hecho de que partidos como Ciudadanos (o como el antiguo de Rosa Díez) son partidos de aluvión, hechos a toda prisa y al socaire del éxito (yo mismo escribí hace años aquí mismo una columna diciendo que había llegado la hora de los ‘listos’, una oportunidad única y advirtiendo sobre los posibles arribistas), pero la realidad es tozuda y, además, ‘en todas partes cuecen habas’.
Se ha intentado paralizar el transfuguismo con pactos y acuerdos que duran lo que dura un cantar sevillano. La realidad que se impone por momentos pasa ineludiblemente por perfeccionar nuestro sistema democrático, anclado después de 43 años en lo que podríamos denominar el estadio infantil. Ahora bien, el tránsito de ese estadio primitivo al adulto pasa necesariamente por las listas abiertas y ahí les duele a los partidos. Todos saben que ahí radica la causa fundamental de la falta de calidad de la democracia española, pero quienes deberían ponerse manos a la obra prefieren no complicarse la vida y perder prerrogativas. Los resultados los tenemos aquí. Y ya no sólo me refiero a la lacra del transfuguismo, sino también a la irrelevancia del papel de diputado nacional (por no hablar del ilustre término de senador), y también, lógicamente, al paradójico hecho de que individuos que no creen ni mucho ni poco en la realidad de España formen parte del Parlamento de la Nación, o al hecho de que a la hora de votar, un voto valga más que otro. Aquellos gestos benevolentes de antaño, han terminado en estos lodos que son como arenas movedizas.
Es evidente que los ideales de antaño tienden a disiparse. Por no haber hoy día, no hay tan siquiera teóricos que marquen las líneas de las distintas ideologías. Nada extraño la irrupción en el panorama político de individuos sin escrúpulos como Trump, Bolsonaro, o la rutilante señora Ayuso, esa estrella –esperemos fugaz– que surca el firmamento madrileño como un meteorito. Cada vez se habla menos de proyectos a largo plazo, y más de resolver problemas a la gente. Cada vez, personas de indudable talla intelectual y moral como Gabilondo, tienen menos que hacer ante «gente de la farándula» con cara bonita y perfectamente teledirigida. Es el signo de los tiempos en un país como España donde la honestidad, la honradez y la decencia están en franco declive, por no haber puesto a su debido tiempo en el lugar que se merecen a demagogos de tres al cuarto, siempre a la greña.