Hemos interiorizado la palabra sin esfuerzo ni problema, también sin mirar hacia su procedencia: «Karma. En la religión budista o hinduista, creencia según la cual toda acción tiene una fuerza dinámica que influye en las sucesivas existencias del individuo». Dicho en plata, si eres un buen tipo te pasarán cosas buenas, si eres un cabrón con pintas ya puedes tener cuidado por dónde pisas, con quién te cruzas y bajo qué cornisas paseas. 
En el fútbol solemos decir que lo que el árbitro un día te quita, otro te lo da; que las rachas también juegan y que un día las fallas todas y otros te entran hasta los que rematas fuera; que más o menos a final de cada temporada estás donde te mereces porque todo, errores propios y ajenos, fue compensando ese ‘karma’ de cada equipo hasta hacer justicia en la clasificación. Y a pesar de todo, nos encanta el ‘salseo’ del camino, poner a parir al árbitro de turno sabiendo que tarde o temprano uno de sus colegas nos darán lo ‘quitado’. 
Bajo estas leyes no escritas, el Espanyol estuvo jugando su penúltimo partido hasta el minuto 100. Intentó jugar sus bazas en el Wanda, haciendo un homenaje a ese ‘otro fútbol’ de resistencia y cronómetros congelados, y el colegiado le pilló el truco y ordenó levantar el tablón con los 10 minutos de descuento. El marcador era de 1-1, hasta el minuto 98:55, cuando Lemar hizo el 2-1 y los ‘pericos’ sintieron una puñalada en el corazón. 
«Las cosas pasan por algo», dicen algunos, a lo que otros, más ‘kármicos’ si quieren, responden que «pasan y luego vuelven». A la jornada siguiente, el punto que se dejó ante el Atlético de Madrid le volvió ante el Betis en el 96:50. Si quieren le llamamos karma, si quieren ‘Ley de la compensación universal’, pero rara vez funciona tan rápido.