Francisco Javier Díaz Revorio

El Miradero

Francisco Javier Díaz Revorio


Dulce rutina

17/09/2021

Suele decirse que ‘a lo bueno nos acostumbramos pronto’. Se comprende que sea mucho más fácil acostumbrarse a la playita, los paseos o caminatas, la naturaleza, cierta relajación con la comida o la bebida (esto, en la versión asturiana que uno conoce bien quiere decir espichas, cachopos y fabadas, entre otras opciones) que al trabajo, sea el que sea y por mucho que a uno le guste, que a fin de cuentas fue el 'castigo' por no portarnos bien y ser demasiado curiosos en el Paraíso. Así que septiembre es, para muchos, el mes de la vuelta a las rutinas, con el consiguiente ‘bajón’ o ‘depre’, al que ahora, por supuesto, llaman síndrome de ‘nosequé’. Y, sin embargo, con un poquito de esfuerzo, todo puede verse de otra manera. A mediados de mes las vacaciones son solo un remoto recuerdo, pero podemos intentar que, como decía esa preciosa canción de Earth, Wind and Fire, «dancing in September, never was a cloudy day», aunque esto no pueda entenderse literalmente, y menos que nunca en este difícil inicio de septiembre en Toledo.
La rutina, a la que Sabina califica de ‘sucia’ y la mayoría quiere ‘romper’ porque aburre o mata (basta una búsqueda en Google para ver de qué suele acompañarse esta palabra), puede ser en realidad dulce, si queremos que así sea el camino de esta vida, aunque algunas veces se convierta en un valle de lágrimas. En realidad, rutina viene del francés ‘routine’, y este de ‘ruote’, en realidad ‘rota’ o ‘camino abierto cortando el bosque’, así que rutina es propiamente «marcha por un camino conocido», según Corominas. Romper la rutina no deja de ser un contrasentido, porque es romper lo que rompe o corta el bosque… aunque siempre apetece salirse algo del camino más habitual. Bueno, si les cuento todo esto no es porque yo no sienta como difícil y costoso ese camino de vuelta a la rutina, sino todo lo contrario: siempre se hace bastante cuesta arriba. Pero con la misma sinceridad les digo que, en mi caso, algo atenúa esas dificultades, y es que al menos parte de ese trabajo (y es la parte que debería ser la más importante, aunque esto ya es más dudoso) me apasiona y me ilusiona hoy como hace treinta años. Ese cosquilleo del primer día de clase, la ilusión por el reto de interesar a jóvenes que cuentan en su mayor parte unas dos décadas de vida por cuestiones cómo qué es el Estado, como nació y cuáles son sus elementos. Pero también la de debatir con profesionales mucho más formados sobre aspectos complejos, tratando siempre de que la objetividad y la razón se impongan sobre la subjetividad y las creencias particulares… Volvemos a ello.