Enrique Belda

LOS POLÍTICOS SOMOS NOSOTROS

Enrique Belda


El Parlamento es nuestra casa

12/01/2021

Cuando la gente cree que el Parlamento es un antro de mala vida o una cueva de ladrones en vez de su propia casa, pasa lo que ha sucedido con los ceporros que asaltaron las cámaras de Estados Unidos esta semana. En ese desconocimiento convergen dos malos rumbos, el primero es el que trazan los políticos que se creen una casta, se enquistan, pasan por lo que sea para evitar ser renovados y asocian su cargo temporal con un derecho perpetuo. El Trump es uno de tantos, solo que encima aúna a ese sentimiento sus actuaciones delincuenciales. El segundo rumbo, el más evidente y directo a que el Parlamento sea considerado un cachondeo, nace de la respuesta de la gente ante esos políticos: se les cree, se les apoya, e incluso llegado el momento, son capaces de preferir la palabra de ese tipo de personajes, a la idea misma de Democracia.
La cuestión de fondo en la poca importancia que muchos le dan a la profanación de las cámaras, en USA, en Barcelona, o en las convocatorias de Podemos en la inmediatez del Congreso español, cuando no gobernaban, es que se trata al pueblo como basura: no respetamos al Parlamento porque no te respetamos a ti. Nos es más fácil sostener que los diputados o senadores van a su bola (muchos corroboran con su actitud esa sensación), que explicar por qué nuestra palabra de populistas redentores al margen de la representación política votada y avalada legítimamente, tiene que valer más que el propio sistema.
La escasez de neuronas, la falta de formación, y la mala leche son las mejores aliadas de los líderes en esta antigua tarea de guiar a las masas desde un discurso inflado, que entra mucho mejor que el conocimiento básico de las reglas de juego. ¿Cuál es ese conocimiento básico? En la falta de respuesta inmediata a esta pregunta está el origen último del problema: si desde la infancia, y a pesar de la sucesión de reformas educativas, siguen sin enseñar a los niños que el Parlamento es su casa porque ellos/as o sus representantes han de utilizar tal recinto para tomar las decisiones que se generan desde el único poder válido (el de cada uno de nosotros expresado en elecciones), difícilmente van a admitir que se trata de un ataque a algo propio.
Las cámaras siguen siendo las casas de los políticos pues la gente que conoce esta regla de oro no percibe un camino claro para ejercitar directamente tal capacidad de acceso a los cargos. Y ese es, finalmente el tema mollar: reformen el sistema de acceso a las Cámaras, háganlo poroso en la ley electoral, y no lo dejen en manos solo de las elites políticas (Europa) o económicas (América). Todo esto seguirá siempre pasando, pero está en nuestra mano disminuir el número de cabestros para luego no llevarse las manos a la cabeza cuando suceden desvaríos.