María Ángeles Santos

Macondo

María Ángeles Santos


El Ofibús

17/10/2019

Todos hemos visto, normalmente con ocasión de grandes nevadas y en localidades remotas, aisladas entre montañas, la llegada providencial de un furgón con pan, carne, leche, huevos y productos de primera necesidad. Y a los paisanos, casi siempre muy mayores, esperando en la puerta de su vivienda, con el monedero en la mano, listos para avituallarse hasta que el tiempo no ponga impedimentos.
Son muchos también los pueblos y aldeas, casi vacíos, que reciben la compra señalan de esta forma, a través del repartidor del supermercado más cercano, o más avispado, que establece sus rutas como si de un transporte de viajeros se tratara. Porque el transporte de viajeros desapareció mucho antes.
Sin embargo, me ha resultado especialmente curioso conocer que los bancos hacen lo propio en un buen número de localidades de la piel de toro. Primero cerraron las sucursales por millares, y luego pensaron que no podían quedarse sin negocio en esos lugares. Porque nadie me va a convencer de que lo hacen por razones humanitarias, por facilitar la vida a los paisanos que, primero de todo, son clientes.
Y se han inventado el ‘ofibús’. Porque claro, serán pocos y viejos, pero en esos pueblos hay farmacia, y tienda, y hasta algún bar; sus habitantes comen, se ponen enfermos, tienen que pagar la luz y otros recibos. O cumplir con Hacienda. Y todo eso no se hace con el dinero guardado en un ladrillo de la chimenea.
Desde que empezara la crisis, hace poco más de una década, se calcula que casi cuatro mil municipios, más de la mitad de los que existen en el país, se han quedado sin oficinas bancarias. Y no hablo de esos pueblos de la España vaciada con media docena de habitantes. Algunos tienen más de un millar, y llegaron a tener tres bancos. Que como las ratas, fueron los primeros que abandonaron el barco, cuando empezaron a pintar bastos.
Cierto que cada cual busca su negocio. Que tienen que hacer bueno el dicho ese de ‘desde diciembre a enero, gana el banquero’.  Pero alguien debería poner orden y concierto en este asunto. Las administraciones, supongo, que han estado tan diligentes a la hora de usar nuestro dinero para rescatarlos, deberían decir algo. En diez años se han cerrado más de veinte mil oficinas. Ellos lo llaman ‘sanear’. Nosotros, dejar desatendidos a los que los han engordado, permitiendo que sigan acumulando beneficios.
No se arregla todo con la visita de una oficina móvil una vez al mes. No se puede permitir que haya casi un millón y medio de españoles que no tienen ni siquiera esa opción. Porque tampoco hay cajeros automáticos, que se los llevaron igualmente.
En fin, confío en que alguna de las muchas comisiones que buscan remedios a la despoblación, tenga sobre la mesa que esto no es un problema menor, y que el avituallamiento puntual hay que dejarlos para inclemencias meteorológicas y poco más. No para que siga ganando el banquero.