Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Jurassic World

22/07/2022

Pese a toda la verborrea de los poderosos gobernadores centrales, la inflación no ha sido una desagradable sorpresa imprevista causada por la guerra de Ucrania. Por otro lado, sería hasta relajante pensar que ha sido un efecto indirecto de la pandemia y la disrupción en la cadena productiva. Si uno consume drogas, hasta podría creer que es una etapa de transición natural hasta alcanzar una economía sostenible, ecológica y resiliente. Todo esto es falso.

Cuando estalló la anterior crisis, los políticos tomaron dos decisiones: mutualizaron la deuda, la transformaron de privada en pública; y optaron por la estrategia de pelota a seguir: imprimir billetes. Este hábito de postergar los problemas es una dinámica intrínseca de las democracias, ya que los votantes tienen la tendencia a valorar demasiado el presente, y es el recurso de los gobernantes incompetentes, habitual de cualquier dictador que se precie.

La única salida lógica para encauzar la deuda futura de los Estados era tener un poco más de inflación de lo habitual, sin que el prestigio de los Bancos Centrales (su pretendida independencia) se viera resentido. Es obvio que ellos no podían prever una pandemia o la invasión rusa, pero están precisamente para ejercer una prudencia que los políticos no pueden desplegar. Blindar un sistema bancario no puede estar al albur del resultado de unas elecciones.

La política monetaria reciente desgraciadamente ha tenido más de política que de monetaria. Nadie quiere decirle a los ciudadanos que el endeudamiento y el consumo creciente no son un fin en sí mismo, ni la base de una sociedad próspera. La vida requiere enfrentarse a problemas reales con medidas imperfectas y en ocasiones dolorosas. Es humano la resistencia de millones de personas que se niegan a enfrentarse a las consecuencias de errores personales lejanos, que ahora les persiguen sin misericordia.

Pero para eso están los políticos, para encontrar la sensibilidad adecuada para discernir lo realista de lo inmoral. En la última década hemos optado por traspasar la responsabilidad crediticia de los que firmaron los préstamos al Estado, incluso hemos entronizado al okupa como el nuevo Robin Hood moderno. Ambos actos son erróneos.

Si alguien cree que subiendo los salarios y los impuestos se acabó el problema, el futuro va a ser muy negro. La productividad es nuestro talón de Aquiles. El drama es el egoísmo intergeneracional que impide reformar un modelo que está estructuralmente quebrado. El endeudamiento improductivo es el preludio de un crecimiento futuro inferior.