María Ángeles Santos

Macondo

María Ángeles Santos


Noticias del mar

08/08/2019

Ha vuelto el Open Arms a navegar. Y a vagar cual ánima en pena buscando puerto en el que desembarcar a decenas de inmigrantes a los que no quiere nadie. Una vez más, Italia, y Malta se niegan; y España calla. Y Valencia vuelve a ofrecer su puerto, que es español. Hace buen tiempo, hace calor, y es la mejor época para seguir ampliando ese cementerio sin lápidas en el que hemos convertido a nuestro Mediterráneo.
Una docena de ahogados anteayer, veinte desaparecidos dos días atrás, cuarenta el lunes, y un puñado de cadáveres flotando, entre ellos el de un niño, a comienzos de la semana, muy cerquita de una concurrida playa abarrotada como corresponde en vacaciones.
Son las noticias del mar, de.”Nuestro” mar, del mismo que permite que convivan, y que mueran, en sus aguas, miles de veraneantes armados de lanchas supermodernas, de tablas de surf o de cruceros de lujo, con  infames pateras destartaladas que tan a menudo tienen su destino en el fondo de las aguas. No creo que fuera éste el Mare Nostrum del que hablaban los romanos, el puente entre Europa, Asia y África, canal de comunicación con el inmenso océano Atlántico, con el mar Rojo o con el Negro. El mar que permitió el desarrollo de Mesopotamia, de Egipto, de Persia, de Fenicia, de Cartago, del colosal imperio de Alejandro, de Grecia, de Roma, del Islam, de la dominación otomana.
Cuesta creer que las noticias del mar pasan por turismo y muerte, que pueden convivir en un telediario las imágenes de sombrillas y chiringuitos, de cuerpos dorados al sol, con las de docenas de inmigrantes hacinados en cuatro tablas, y con otros cuerpos, de todas las edades y procedencias, flotando sin vida o devueltos a la playa, por si alguna conciencia se remueve.
A lo largo de la historia del Mediterráneo, que es la historia de la Humanidad, personas de todas las épocas, de todas las razas, colores y creencias han surcado sus aguas buscando horizontes, rutas comerciales y nuevos territorios. El mar ha servido para ensanchar el mundo, para compartir culturas y proyectos de vida. Hasta la democracia nació en sus orillas…
 Este año tampoco iré al mar. No lo digo con pena, ni con resignación. No sé si sería capaz de mirarlo con ojos limpios, de buscar, como tantas veces, la paz en la línea del horizonte, de escuchar las olas con los ojos cerrados, ajena al bullicio habitual, para conocer qué tiene que contarme. No me gustarían las noticias del agua. No podría ni mojarme los pies sabiendo que muy cerca, en el fondo, están muchos de aquellos con los que no quisimos compartir el Mare Nostrum.
El primer Buendía buscaba el mar cuando emprendió con su familia la búsqueda de un lugar para vivir. Afortunadamente, nunca lo encontró. Y su estirpe se prolongó por siete generaciones. Hasta el diluvio.