Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Martín al cubo

15/05/2019

Se llamaba Martín. Martín Martín Martín. Bueno, realmente, el último Martín era compuesto, Martín-Tereso, un apellido reciamente sonsecano. Un hombre bueno. A decir de las gentes de Tucumán, entre las que vivió sus últimos años, y que le quieren canonizar, un santo. Una de esas personas que irradian paz, alegría, amor, a su alrededor. Uno de tantos hombres y mujeres que, cruzando los mares y dejando nuestras tierras toledanas, han entregado su vida al servicio de los demás. Figuras muchas veces desconocidas, de las que la Historia apenas guarda recuerdo, pero que han contribuido a hacer de nuestro mundo un lugar mejor, más humano, fraterno y solidario. Una contribución oculta, pero quizá más eficaz que las actuaciones de los ‘importantes’, de los que abren portadas o son ‘trending topic’ en las redes sociales.

Por eso quiero evocar hoy su figura. Porque estoy convencido de que una de las misiones de los historiadores es rescatar esas historias, esos personajes que no suelen aparecer en los libros, pero que son luz para los que se encuentran con ellos. Porque es de justicia que su paso por el mundo sea recordado y conocido.

Nació don Martín un 11 de noviembre, día de San Martín de Tours, del año 1923 en Sonseca. En los turbulentos años de la Segunda República ingresó, durante el curso 1934/35 en el Seminario Menor de Toledo, donde estudió Humanidades hasta 1942, con la interrupción producida por la guerra civil, continuando en el mismo la Filosofía y la Teología hasta que el último curso, 1948, marchó a Salamanca, ingresando en la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, que dirigían el Seminario toledano desde 1898, tras un famoso motín, del que espero poder hablarles otro día, pues fue un episodio que alteró la tranquila vida del Toledo finisecular.

Ordenado sacerdote en 1949, y tras un primer destino en Sanlúcar de Barrameda y luego en Segovia, marchó a América, donde permanecería el resto de su vida, pasando por Uruguay, Brasil y Argentina. Aquí trabajó muchos años en Tucumán, atendiendo al Seminario, colegios, parroquias, familias, ancianos, la cárcel de mujeres. Y aquí falleció, de un infarto, el 25 de junio de 2011.

Conocí a don Martín siendo yo estudiante y luego, más tarde, en mis años de Sonseca, donde él acudía los veranos que podía. Siempre irradiando alegría y paz. Siempre dispuesto a servir y trabajar. Mi ‘reencuentro’ con él fue el año pasado. Impartía yo un curso en Tucumán, en la Universidad, y un domingo me acerqué al bonito cementerio de San Agustín. Allí estuve junto a su tumba, en la que nunca faltan flores ni oraciones. El cariño que la gente le profesa sigue vivo, el padre Martín es alguien presente en la vida de la ciudad, aún después de muerto, y su fama de ‘santo’ no deja de extenderse por Argentina.

Martín Martín Martín. Un sonsecano, un hijo de nuestra tierra de repercusión universal.