Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Mi barrio

02/09/2021

Mi barrio es el Poblado Obrero. Fue inaugurado el 4 de diciembre de 1948, día de Santa Bárbara. Casitas blancas, con lavadero y gallinero, para trabajadores de la Fábrica de Armas, cuyo origen se remonta al siglo XVIII, en el reinado de Carlos III. La factoría comenzó a funcionar en 1761, en la calle Núñez de Arce, con producción de espadas, orgulloso acero toledano, y, hacia 1777, se amplió en el entorno del Tajo para aprovechar la energía hidráulica. El monarca y el arquitecto Sabatini emprendieron una tarea cuyo resultado fue un magno complejo industrial, que fue transformándose en virtud de las necesidades de los tiempos hasta su cierre, en 1996. Dos años después, Defensa vendió los terrenos y sus instalaciones al Ayuntamiento y, finalmente, la industria que dio de comer a tantos toledanos y en la que se formaron los mejores oficiales en la Escuela de Aprendices,  alberga uno de los campus universitarios más hermosos de España.
Creo que todos los vecinos de esta ciudad hemos conocido a algún trabajador o trabajadora, mujeres toledanas pioneras, de la Fábrica de Armas. Cuando el coronel Mas del Ribero decidió ceder una casita a los obreros de la factoría, fueron muchos los que se negaron a trasladarse a ese lugar inhóspito. Hubo un tiempo en que muchas de las viviendas, que superan las 150, se encontraban desocupadas precisamente por la negativa de los empleados a vivir en un barrio aislado y sin los servicios que requería una sociedad cada vez más acomodada.
Al cerrar la Fábrica, se decidió la venta de las casas a sus ocupantes. La zona se convirtió en un lugar goloso para toledanos y constructores. El precio del Impuesto de Bienes Inmuebles se disparaba, mientras lo antiguos obreros, muchos de los cuales tuvieron que recurrir a una hipoteca, a la vejez viruelas, para adquirir su casa de toda la vida, mantenían sus pensiones modestas y hacían malabares, asombrados al ver convertido su denostado barrio de antaño en una especie de Moraleja toledana, sin la calidad de servicios que tiene esa selecta zona madrileña, por supuesto.
El Poblado ha cambiado mucho, sí. Pero necesita un arreglo de las calles, un desbroce, una limpieza profunda, el adecentamiento del entorno. Árboles. Fibra, que estamos en el siglo XXI. Que el municipio dedique sus recursos no solo a sangrar con impuestos, sino a mimar las vías, las plazas o a regular un tráfico caótico, donde no existe ninguna normativa de aparcamiento y en el que los coches campan a sus anchas, invadiendo alcorques ahora llenos de basura. El abandono de mi barrio  por parte del Ayuntamiento es insoportable. Tanto como el de la Vega Baja, donde se asienta. Mi padre trabajó en la Fábrica de Armas, mis tíos y mi abuelo también. Recuerdo el Poblado como una comunidad de vecinos solidaria, madres sentadas a la puerta de la casa, niños jugando en la calle y hombres atentos al sonido del famoso pito de la Fábrica, que avisaba, a eso de las seis de la mañana, del inminente inicio de una intensa jornada laboral. Sociedad patriarcal, sí, pero con mujeres de armas tomar. No era un barrio reivindicativo, tal vez porque la autoridad de los militares era incuestionable. No había lujo, pero sobraba dignidad, la misma que ahora nos toca reivindicar en honor de los nuestros. De los que estamos. De los que vendrán.